Capítulo 2

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LA CHICA DESASTRE
|Leonardo Pereira|

Nunca me había conformado con poco, ni con migajas mucho menos. Sabía lo que valía y sabía lo que merecía. Comerme el mundo entero, si era necesario, todo con tal de alcanzar mis objetivos.

Mientras mis compañeros seguían estudiando únicamente la facultad, yo ya disponía de un buen sueldo. Buscaba las distintas maneras de aprender cosas nuevas y no solo estando encerrado en un aula a cuatro paredes. Todo eso para poder tomar el control de la empresa de mi padre. Si algo quería, debía costarme.

Pero no siempre fue así...

Yo daba mi vida por sentada hiciera o no algo al respecto. Niño de padres ricos, apuesto y con un ego hasta el cielo.

En aquellos tiempos me daba el lujo de menospreciar a la gente, de cobrármelas a mi manera pisoteando a los demás. Un error de ego juvenil que acabó pasando factura, pues llegué a las puertas de mi propio infierno.


«No corras, no lo estropees»

No decidí quedarme en el limbo, escapé y trabajé duro en ello para poder llegar hasta donde me encontraba el día de hoy. Siempre intentando dejar el pasado atrás.

Puede que pareciera que lo tenía todo: Una gran empresa bajo mi cargo, una hermosa novia y el dinero suficiente cómo para vivir hasta dos vidas. Pero, ¿qué estaba perdiendo realmente?¿Cómo se supone que debía asumir la soledad? No parecía estar satisfecho en ninguno de los sentidos.

Ni mi más grande defecto me había podido salvar.

«¡Un puto Donjuán de primera!»

Morenas, pelirrojas o rubias. Altas, delgadas, con curvas. Una mujer con buena pierna, esas solían ser mis favoritas y si eran pelirrojas, mucho mejor.

Una sexy francesita me regaló una de las mejores noches de mi vida. ¡Joder! Follaba como una maldita diosa. La mantuve en mi mente todo lo que duró mi vuelo de Las vegas hasta España, Córdoba, y justo cuando el avión aterrizó, supe que mi paz y tranquilidad se habían esfumado por completo.

No habían pasado ni diez minutos que había llegado cuando su nombre apareció en mi pantalla y por un instante estuve a punto de lanzar el teléfono al agua.

— ¿Llegaste? — preguntó con cierta exigencia.

— No hace mucho. — respondí intentando parecer sereno.

— ¿Y por qué no me llamaste? — cuestionó.

Y aquí íbamos de nuevo.

— Estaba a punto de hacerlo.

— Pero no lo hiciste — musitó — Siempre soy yo la que tiene que estar llamándote primero.

Pellizqué el tabique de mi nariz para controlar las inmensas ganas que tenía por gritarle y acabar con toda esta mierda que nos mantenía unidos.

Ocho años juntos y hacía apenas un par de meses que me había visto en la obligación de pedirle matrimonio.

La quería, eso no lo iba a negar y sabía que de alguna manera ella era la mujer correcta para mí, pero solo había un pequeño problema y era el que yo no solía ser hombre de una sola mujer y mucho menos estaba hecho para el matrimonio.

Todo esto tenía un motivo y venía siendo su padre, que es el accionista principal de Innate Beauty, por lo cual no podía darme el lujo de ofenderlo y mucho menos por la culpa de su pequeña hija.

Así estaban las cosas: Me casaba con Amelia, mantenía a su padre de mi lado y seguía con mi vida de Donjuán por entre las sombras. Eso era algo que ni ella ni nadie podría evitar.

Ingresé a mi compañía que poseía desde hace poco más de siete años a causa de la muerte de mi padre. Todos me miraban con sumo respeto, pero más temor era lo que yo reflejaba. Mi carácter era debido a ello y eso se lo debía a mi falta de paciencia y empatía.

Salí del elevador mientras aflojaba un poco el nudo de mi corbata, pues era seguro que me esperaba una pelea con Amelia por cualquier motivo. Entré directo a mi oficina y cerré las persianas para evitar esas miradas chismosas que tanto detestaba. Al instante pude notar cómo mi oficina había sido saqueada por aquella mujer que seguramente buscaba pruebas de mis infidelidades.

— Un café — apreté el botón del teléfono para que Clarisa pudiese escucharme — Tienes tres minutos.

Lo que necesitaba era ver a una hermosa mujer que no fuese Amelia. Y que mejor que a la hermosísima Clarisa entrando a mi oficina con esa minifalda que tanto me encantaba.

O eso esperaba...

—¡¿Y mi café?! — grité a través del aparato exasperado cuando ya habían pasado más de cinco minutos y aún no tenía a esa exuberante pelirroja entrando por aquella puerta.

Estaba a punto de salir y correrla por no acatar mi orden como le pedí, cuando de pronto la vi entrar por aquella puerta.

Pero no era Clarisa.

— Per…done, usted  — dijo en un tartamudeo bastante perceptible.

No pude evitar barrerla con la mirada y al mismo tiempo no podía dejar de cuestionarme su presencia aquí.

Pequeña, muy delgada y haciéndome difícil descubrir si se escondían curvas debajo de aquella ropa tan holgada. Blusa blanca de botones y falda hasta los tobillos. Pelinegra, tés clara y ojos marrones que escondía detrás de unas enormes gafas circulares.

Un atuendo de anciana y una mirada que reflejaba desconfianza e incomodidad. Una mirada que pareciera me jodería de distintas maneras...

¿Qué hacía una mujer así en una empresa de belleza?

— ¿Quién eres? — pregunté amargamente con tono rancio.

— Mi nombre es Sara Stone y a partir de hoy seré su nueva secretaria, señor. — respondió sin ser capaz de sostenerme la mirada.

— Imposible — respondí de inmediato con cierta amargura y diversión — Deja el café y vete de mi empresa. Este no es lugar para ti.

— Pero señor...

— ¿Acaso eres sorda? — siseé al borde del enfado. — Toma tus cosas y vete de mi empresa.

— Ah... — me miró fijamente con incredulidad — Bien yo dejare esto aquí y me iré...

Se acercó a pasos lentos hasta mi escritorio y cuando estaba a punto de dejar el café sobre el, lo derramó todo sobre mi.

— ¡¿Qué esta haciendo?! — le grité bruscamente levantándome de golpe.

— Lo siento yo... — murmuró nerviosa y eso me enfadó aún más.

Algo que detestaba más que a una persona torpe era a alguien débil de carácter.

Sacó un pañuelo del bolsillo de su falda con el cual intentó limpiarme. A parte de que el café estaba jodidamente frío, no era del que yo solía tomar.

— No me toque — la alejé de un sutil empujón.

— No fue mi intención — tartamudeó y pude notar el miedo en su mirada.

— Lárgate de mi empresa ahora — musité.

— Si, señor. — respondió temerosa.

Salió corriendo sin dejarme desquitar lo suficiente y al azotar la puerta logro que cayeran varias cosas de mi estante que estaba junto a ella.

— ¡Joder! — grité con frustración.

De por sí mi día ya había comenzado mal por culpa de mi novia tóxica, para que está niñita viniera y derramara el café sobre mi.

Eso tenía que ser obra de Amelia. Correr a Clarisa y contratar a esta mocosa lo había hecho con el único afán de fastidiarme.

LA CHICA DESASTRE ©° Where stories live. Discover now