Capítulo 9

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NO SIEMPRE ES FÁCIL
|Sara Stone|

Me encaminé directo a los sanitarios intentando no llorar... Pero no llorar de la risa. Me encerré en el último de los baños para que nadie pudiese escucharme - si es que llegarán a entrar - y sin perder más tiempo, estallé a carcajadas. No podía sacar sus caras de mi mente al verme entrar y atraparlos en infraganti. Dios, que si yo estuviese en su lugar me habría odiado mil veces más de lo que él lograba demostrar.

Pensaba que está misión estaba perdida, que no habría manera de impedir que algo pasara entre ellos estando encerrados, pero entonces recordé que yo podía hacer cualquier cosas que se me diera en gana y él no podría despedirme. Terminé los contratos que redacté para él, y a propósito olvide uno para tener una novedosa excusa y poder interrumpirlos nuevamente. Lo del café fue en automático.

«¡Vamos bien. Vamos bien! Si seguía así podré conseguir un gran puesto.»

—Señorita Stone — Me llamó por el teléfono —Venga de inmediato.

Solo esperaba no terminar muy regañada.

—Dígame.

—Mañana tendremos una cena en Hot Sale Máster — comentó — Prepare todos los documentos para promocionar nuestra mercancía y tres contratos más por si alguien extra quiere firmar con nosotros.

—Si, señor.

—Otra cosa, Sara.

—Si... — respondí nerviosa. Había pronunciado mi nombre al natural. No Señorita Stone, no Señorita Sara. Sino solamente Sara. Y vaya que su tono resultó ser bastante amenazador.

—No vuelva a entrar a mi oficina sin tocar la puerta — se levantó de su asiento y caminó directamente hasta mi con la única intención de intimidarme con su espectacular altura —¿Quedo... Claro? — musitó.

—No volverá a pasar, señor. — tragué saliva con dificultad.

Claro que no tenía permitido echarle pestillo a la puerta o eso crearía malos entendidos, y vaya que sin el ya los estaba generando.

—Eso espero — gruñó — A trabajar.

Salí de inmediato de su oficina escuchando varios objetos caer al cerrar la puerta.

«¿Y eso?», pensé.

Sin tiempo que perder me dirigí a la oficina de la señorita Amelia para informarle lo de la cena del día de mañana. Las cenas son las más peligrosas según su propia experiencia.

—Esto no es bueno.

—¿Algo va mal con esa cena?

—Lo más probable es que Andrea se encuentre en esa cena.

—¿Andrea...?

—Ella fue su última secretaria antes de Clarisa — respondió — Ahora está trabajando con la empresa enemiga y seguramente no va a desaprovechar la oportunidad para ofrecerle algún tipo de información a Leonardo por un poco de sexo.

—¿Usted no piensa asistir?

—No puedo, yo tengo otros asuntos que atender sobre la boda. Además, odio ese tipo de eventos. Me aburren horrores.

—Entonces... ¿Qué se supone que puedo hacer en esa situación? No puedo inventarle otra enfermedad de transmisión sexual. Ya sería demasiado sospechoso.

—Reconozco que es una tarea muy difícil —continuó — Y es por eso que te pagaré más por este trabajo.

—Pero... ¿Qué debo hacer para impedir que ellos dos... Ya sabe?

—Se que pensarás en algo y si no te importa, ahora tengo mucho trabajo que hacer.

—Claro...

—¡La puerta!

—¡Perdón!

Llegué a casa alrededor de las diez en punto de la noche después de organizar todo para la cena del día de mañana y lo cual me tomo más tiempo del que debería.

—¿Acabas de llegar?

—Si y ya me voy — respondió, Julieta — Fátima ya está dormida. No la despiertes, no quiero que se de cuenta de que no estoy.

—¿Mamá sabe que otra vez va a cuidar a la niña?

—Ya debería saberlo de sobra.

—¡Julieta! ¡¿Cuándo dejarás de ser tan despreocupada con tu hija?!

—¡Ya déjame! — respondió en un grito de fastidio — En cuánto le encuentre un papá nuevo que nos mantenga, te aseguro que no la volverás a ver en tu vida.

—¡De eso no se trata! ¿Cuándo lo vas a entender?

—Necesitas que te follen, de verdad que te urge!

Le solté una bofetada sin siquiera percatarme de que lo había hecho. Pueden faltarme muchas cosas, pero yo soy su hermana mayor y ella debía respetarme.

—¡No le pegues! — gritó Fátima en su defensa.

—¡Ya despertaste a la niña, estarás contenta!

Intenté acercarme a ella y borrar su expresión aterrada que llevaba en el rostro, pero se fue corriendo hacia los brazos de su abuela que iba entrando a la casa mientras gritaba mamá.

—¿Qué pasa aquí? — preguntó — ¿Por qué está llorando la niña?

—Tía Sara le pego a Julieta.

—Sara...

No quise escucharla por un segundo siquiera, porque al final la que saldría regañada iba a ser yo y nadie más que yo. Escuché a la niña berrear y poco después el ruido de la puerta siendo azotada con suma fuerza. Lo que significaba que Julieta ya se había marchado.

A eso de media noche me fui directo a la habitación de mi sobrina para meterme con ella bajo las cobijas. Cuando Julieta no estaba en casa, a Fátima le resultaba muy difícil dormir. Supuestamente la dejaba dormida para irse y no dejarnos con la carga, pero lo que no sabía es que diez minutos después la niña ya estaba más que despierta y yo soy la que dormía con ella casi toda las noches en su ausencia.

—¿Por qué pegate a Julieta? — apenas y podía entender su pregunta.

—Porque se porto mal y cuando alguien se porta mal, no está demás darle un pequeño golpecillo para castigarlo.

—No me guta que peleen...

—No volverá a pasar y ahora a dormir.

—Buena noche, tía.

—Buenas noches, mi princesa.

Le acaricié el cabello con delicadeza para velar por su sueño y tan solo cinco minutos después yo me perdí en uno muy profundo.

 

LA CHICA DESASTRE ©° Where stories live. Discover now