Capítulo 44

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COMODIDAD
|Leonardo Pereira|

Era una altura considerable digna de un edificio de gran nivel. Las personas se veían tan diminutas y los coches avanzaban tan lento por el tráfico que se generaba. El viento era casi favorable, pero podía notar que una tormenta se avecinaba.

—¿Por qué no viniste a buscarme como se lo pedí a Sara?

Amelia entró molesta, pero no hizo un escándalo al respecto. La miré, hermosa y femenina. Alta y con suculentas curvas que se marcaban a través del ceñido vestido color guinda que llevaba puesto. Conocía cada parte de su cuerpo, cada línea, lunar y cicatriz.  Era lo cotidiano y nadie le teme a lo cotidiano. Por mas que duela admitirlo, esa era la realidad.

—Estaba a punto de hacerlo — suspiré rogando que no estallara — Tenía que terminar con algunos pendientes.

—Olvida tus excusas —. Respondió sin subir el tono y más desconcertado me dejó cuando cambió la mueca por una amplia sonrisa — Te extrañé, amor.

Se me abalanzó de golpe a los brazos y por instinto yo la tomé de la cintura. Comenzó a besarme desesperadamente y yo respondí de la misma manera.

Solo podía pensar en que ella era la mujer perfecta para mí. Nadie sino ella sería capaz de soportar mis canalladas, y aún si cometiese la peor estupidez de mi vida, ella estaría ahí para mi. Amelia era fácil de manejar y eso era justo lo que yo necesitaba, no complicaciones.

—¿Te veo está noche en tu departamento?

—No creo llegar temprano. Debo organizar algunas cosas todavía.

—Leo... — murmuró y esta vez si que parecía  iba a estallar en cualquier momento, pero no fue así. —¿Sabes qué? No vamos a pelear más. Esta vez voy a ser diferente por ti. Así que espero termines pronto y nos vemos mañana temprano.

—Gracias... — agradecí en un suspiro.

—De nada, amor.

Se marchó después de besarme nuevamente con gran intensidad y cuyo beso estaba acompañado de un te amo que yo no podía devolver.

 

Los días siguientes me desperté con un mejor humor a lo que había amanecido con anterioridad. Simplemente ya no me sentía... Desconsolado. Habían sido días grises y aburridos, pero de alguna forma comenzaba a acostumbrarme a ellos.

—: Señorita Stone, venga a mi oficina — la mandé llamar.

No sabía la razón exacta del por qué me resultaba tan difícil mirarla a los ojos. Solo, no me sentía capaz de hacerlo. El romper con lo poco que teníamos fue la mejor decisión que pude haber tomado. Supuestamente era algo que debía hacer desde el tercer día, pero que por algún motivo me negaba a realizar.

—¿Dígame, señor?

Entró a mi oficina y se sentó sobre la silla que estaba al frente de mi escritorio. Ya no optaba por hacerlo en el sillón y no necesitaba preguntar la razón, pues en ese lugar la hice mía tantas veces cómo me fue posible al igual que a otras mujeres.

—¿Ya haz entregado las invitaciones para la fiesta de empleados? — pregunté pero no la miré. Me escondía detrás de unos documentos sin  relevancia alguna.

—Si, ya todo está listo — respondió enérgica. Tan de ella. Me gustaba verla sonreír de nuevo después de verla apagada y triste. Era bueno verla de regreso. —Todos han sido informados que el evento será dentro de un mes.

—Perfecto. — dije

—Bueno, si era todo debo irme — se levantó lentamente.

—Necesito que me engrape esos recibos.

LA CHICA DESASTRE ©° Where stories live. Discover now