Capítulo 3

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UNA AMARGA BIENVENIDA
|Sara Stone|

No llores, no llores... No llor...

¡Mierda! Lloré y mucho.

Un solo punto que yo debía acatar y fue lo primero que consiguió hacer. Mi primer día con él y me hizo llorar. ¡Ja!

Siempre me había considerado una persona muy poco afortunada a causa de las pequeñas desgracias que pasaban en mi día a día. Eran mínimas, pues nadie además de mi salía herido, pero eso no dejaba de lado que arruinase situaciones que eran importantes para mí.

Un claro ejemplo sería lo que pasó dentro de esa oficina.

«¿Cómo pude tirarle el café encima?»

Solo una cosa tenía que hacer bien, solo era dejar el café sobre su escritorio. Pero... Bueno, básicamente no había sido tanto como un accidente. De todas maneras ya me había echado de la empresa mucho antes de que yo cometiera semejante barbaridad. ¿Qué no?

Fue entre consiente e inconscientemente, pues su forma de mirarme y hablarme logro hacerme enfurecer y tal vez, solo tal vez, incliné mi mano un poco más de la cuenta.

«¡Ups! ¡Ja ja! ¿Quien ríe ahora? Porque yo no»

Debía decir que no solía ser muy supersticiosa, pero también tenía la creencia de que soy algún tipo efecto–reacción. En otras palabras: karma instantáneo.

Después de llorar todo el camino de regreso a casa como una bendita magdalena, por alguna razón al dios Tláloc le dio por hacer llorar al cielo también.

Mi barrio venía siendo bastante terroso y fácilmente se hacían charcos de lodo, ¿y qué paso después? Pues justamente en uno de esos fui a caer ensuciando mi falda nueva. La falda nueva que había comprado para este día.

No pude evitar llorar nuevamente.

— ¡Flaca! —gritó mi madre al verme entrar toda bañada en lodo a la pastelería — ¿Qué te pasó?

Flaca... Es así como me decían en casa y bueno, no se necesitaba mucha ciencia para saber el porqué.

—¡Me corrieron! — solté en un alarido y corrí hacia ella para poder abrazarla.

—No. No. No. — me paró en seco — Primero toma un baño, hablaremos después. Anda, que estás toda sucia y me espantas a los clientes.

— Bueno... — respondí haciendo un mohín.

Deje la pastelería y entré a la casa, que por suerte se encontraba a un lado de la misma. Subí a mi habitación haciendo pucheros e inmediatamente tome un baño caliente, que de cierta forma me tranquilizó.

Ahora que lo pensaba con más calma, creo que había sido mejor así. Básicamente su mujer quería que yo fuera su espía y posiblemente iba a arruinarlo como siempre arruino todo lo bueno que me pasa en la vida.

Me deshice de un problema innecesario.

Le conté a mis padres todo a detalle incluyendo la descabellada idea de la señorita Amelia y ellos más qué enojarse lo tomaron con mucho humor.

No perdí tiempo y me movilicé directamente a mi ordenador para mandar nuevas solicitudes de empleo. Alguno debía caer ante semejante bombón depresivo.

—Tienes 26 años y desde que te graduaste de la facultad no has podido durar más de un mísero año en un jodido empleo.

— Y tu tienes dieciocho años y ya te catalogan la ninfómana del barrio —respondí ante su agravio.

— ¡Obvio! — gritó orgullosa.

— ¿A dónde vas?

— A una fiesta — respondió — Dile a mis papás que volveré... Luego.

— ¡Para! — la sostuve del brazo con brusquedad — ¿Qué pasa con Fátima?

— Mamá la va a cuidar.

— ¿Tan siquiera le preguntaste si puede hacerlo? — pregunté estupefacta — Ella está atendiendo la pastelería y no tiene tiempo para cuidarla. Además de que seguramente estará cansada en cuanto vuelva.

—Entonces cuídala tu.

— ¡Julieta! — Grité molesta cuando le dio el cerrón a la puerta de la casa dejándome con la palabra en la boca.

Julieta es mi hermana menor. Ella siempre fue desenfrenada y muy alocada con los hombres. Actuaba como si nunca hubiese visto uno en su jodida vida.

«¡Oh, mira, un pene!», es lo que seguramente pensaba en realidad.

A los quince años resultó embarazada — desconocemos el paradero del padre, debo aclarar —Y de cierta forma creímos que iba a cambiar para bien, que se haría más responsable una vez que Fátima llegara al mundo.

Tristemente no fue así.

De hecho había sido todo lo contrario. Ahora era una total perdida y digo, cada quien su vida, pero ella tenía una criatura por la cual velar y no hacía más que abandonarla con los abuelos. La niña la llama por su nombre y a ellos les dice "papá y mamá".

Entré a la habitación de mi sobrina que se encontraba viendo el televisor. Adoraba a esta pequeña con todo el corazón y cada vez que la veía no lograba entender cómo Julieta no la quería o... ¿De verdad no la quería?

Me senté junto a ella y la abracé mientras veíamos Lady Bug. Ella comenzó a preguntarme cada cosa que se le venía a la cabeza y yo le respondía feliz.

—Tía — dijo — Algo suna.

—¿Qué? — cuestioné sin entender que había dicho, hasta que me di cuenta — ¡Mi teléfono! ¡Mierda!

Mielda — repitió.

— No, eso no fue lo que dije. — corregí — Dije miércoles...

No pude evitar soltar un grito ensordecedor al ver su nombre en la pantalla.

—: Soy Amelia — contestó en cuanto atendí — Y exijo que mañana mismo te presentes a trabajar como lo habíamos acordado.

—: El señor Leonardo me despidió y no creo quiera volver a verme en su vida.

— : Leonardo ya no tiene más opinión sobre este asunto — gruñó molesta — Mañana te estaré esperando y si decides no asistir, da por perdida está gran oportunidad, Ana.

¿Ana? ¿Quién era Ana? Nada más faltaba que me hubiese confundido con otra persona. ¡Puf!

 

LA CHICA DESASTRE ©° Donde viven las historias. Descúbrelo ahora