Capítulo 16

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COSTUMBRE
|Leonardo Pereira|

 
Nos metimos juntos a la ducha y poco a poco fui besándola lentamente. Primero comencé por su boca y así fui descendiendo hasta su clavícula, pechos y vientre hasta llegar a su centro de placer. Se recargó sobre la pared mientras el agua caía por todo su rostro a la vez que gemía mi nombre una y otra vez mientras yo la chupaba, la saboreaba y la hacia gozar con la magia de mi lengua.

— Leo, no pares — me rogó — Más, dame más.

Amelia es hermosa, sin duda una belleza.

Me levanté y la puse de cara contra la pared  mientras ella se apoyaba en las llaves de la regadera.

— ¿Quieres más? — le pregunté en un murmuro entrecortado.

— Si, dame... Más ... — jadeó y yo cumplí su deseo.

La penetré hasta el fondo y ella gimió tras mi intromisión. Empecé a bombear dentro de ella con suma velocidad una y otra vez. Me encantaba escucharla gemir, gritar, suplicar por más. Eso me levantaba el ego, pues yo sabía lo magnífico que era follando. Tanta experiencia no podía ser en vano. La giré en mi dirección y la empotré contra la pared mientras la penetraba nuevamente con brusquedad. A ella le encantaba que fuese rudo, un vil animal que buscaba saciarse. Y entonces soltó un último grito antes de que cayéramos rendidos sobre la bañera.

Sin embargo, esto no era ni el más mínimo resultado de la falta de sexo que había estado padeciendo en este último mes.

Necesitaba más...

«Me apetecía mi mujer, siempre había sido así, pero nunca parecía ser... suficiente.», era algo que pensaba constantemente después de que terminábamos de tener sexo.

— Mañana me iré temprano — comentó, pero yo estaba cayendo de sueño.

— Lo sé...

—¿Lo sabes? — su tono de vos contenía una gran cantidad de reproche — Llegas tarde de la oficina. En cuanto nos vemos me metes directo a la ducha, me follas y luego pretendes dormir como si no te importara mi partida.

Resoplé.

— Claro que me importa.

— Leo, me voy por cuatro días y lo tomas tan a la ligera. Ni siquiera me miras a los ojos cuando terminamos de tener sexo.

—Amelia, no quiero discutir — respondí lo más calmado que pude — Acabamos de terminar algo bueno y tú ya lo estás arruinando con peleas innecesarias.

— ¿Innecesarias?

— Hoy tuve un día muy pesado — le recordé, fastidiado — Estoy cansado.

—Vete a la mierda, imbécil — se levantó de la cama furiosa — Y para que te enteres, me  estaré tirando a cada hombre que se me cruce por el frente mientras esté fuera, y te va a pesar no ser el único que disfrute de este cuerpo.

Después de decir todo aquello, se marchó de mi habitación. Seguramente dispuesta a dormir en la habitación de huéspedes.

Si esa había sido su manera de querer darme celos, debía reconocer que... En realidad ni siquiera me importo.

Cerré los ojos y me dispuse a descansar, pero cada vez que peleábamos me hacía sentir de cierta manera culpable. Así que la alcancé en la otra habitación y me metí con ella bajo las cobijas.

—¿Me quieres? — preguntó mientras lloraba.

Era un ciclo sin fin.

— Claro que te quiero.

Y no mentía, yo quería a Amelia. Después de todo, ha sido mi compañera por varios años.

[...]

Me encargué de llevar a Amelia al aeropuerto para despedirla y después me dirigí a la oficina con un cierto aire de libertad. Por fin tendría cuatro días para mí solo, por fin no habría nada ni nadie que arruinara mis ganas de...

— ¡Señor Pereira!

Solo había un pequeño, raro y desastroso  problema.

— ¿Qué pasa, Señorita Stone? — cuestioné irritado. Hacía unas horas parecía no existir.

— Aquí tengo los documentos de las agencias de caridad a las que haremos el donativo — me entregó tres folders verdes ilustrados con dibujos animados. — Necesito que los firme.

—No podía espera... — necesitaba descansar de todo por un momento.

— No señor. Usted me dijo que en cuanto los tuviera listos yo se los trajera y se los tra...

—Si, ya — la corté meneando la mano —No tiene que alegar tanto.

Firmé los documentos y se los di de vuelta, le pedí que se marchara para así, poder estar solo. No me apetecía estar con nadie por ahora, el tema de Amelia me estaba dando dolores de cabeza.

Tuvimos una deliciosa mañana como despedida, pero hasta ahí llegó la magia. Todo el trayecto al aeropuerto no fueron más que reproches y más reproches de lo mismo de siempre y eso que últimamente me había portado relativamente bien, pues no había tenido ni un solo desliz con ninguna de mis compañeras sexuales.

La única manera de calmarla sería  casándome con ella. Un sacrificio que estaba dispuesto a asumir con tal de que me dejase tranquilo la mayor parte de mi tiempo. La conocía demasiado bien como para saber que solo estaría tranquila cuando me hiciese en definitiva de su propiedad.

Ella sería la oficial.

El resto del día fue tranquilo, hasta que ella decidió aparecer de nuevo.

— ¿Nos vamos ya, señor?

— ¿A dónde?

— Usted dijo que avisara que llegaría tarde a casa y yo les avisé a mis papás que mañana, bueno hoy, tal vez no llegaría a dormir y ya tengo el permiso solo porque usted...

— Si, ya recordé. Ahora guarde silencio.

¿Cómo puede ser tan parlanchina?

—Busca a Esteban y a Melissa — le ordené mientras tomaba mi abrigo — Iremos a mi departamento. Es ahí donde tengo la mayor parte del material.

—¡Si, señor! — se fue con mucha emoción a acatar mi orden.

Quién fuera tan despreocupada como ella, tan feliz como ella.... Tan relajada como ella.

 

LA CHICA DESASTRE ©° حيث تعيش القصص. اكتشف الآن