CAPITULO 12- Legătură

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Legătură

Antonio

No mentía cuando le dije a ella que me había jodido todos los planes. Hasta en cierto punto me lo sospechaba aunque no pensé que fuera a actuar de ese modo. Asesino a una mujer que estaba trabajando para mi con respecto a algo confidencial y lo que más me enardece, es que ahora tendré que buscar otros medios y todo por su impulsividad.

Estoy harto de tener que soportar este maldito martirio que ella misma me causa. Todas y cada una de las cosas que posee, son medios para tentarme. Desde su boca, aroma y el simple hecho de ser ella.

Cubro sus ojos por que no quiero verlos, quiero engañarme aunque sea por un momento que no es ella la mujer que estoy besando. Aferró mi mano a su delicioso culo mientras ella me rodea el cuello.

El miembro me duele cada vez más y he tenido que alejarme de establecer algún encuentro con ella ya que mi erección cobra vida en cuanto la veo y no quiero darle esa puta satisfacción. Que siga teniendo presente los estragos que provoca a mi cordura.

De un momento a otro, deja de besarme para mandarme hacia atrás y me toma con la guardia baja cuando me arrebata la daga y ahora es ella la que coloca la punta contra mi cuello. La cosa no termina ahí porque me obliga a sentarme en el sofá con sus piernas sobre las mías en mi regazo.

—Cuidado —lame sus labios— mi tolerancia también tiene un limite.

—¿Ya sacas las garras? —se contonea.

—Siempre he sido una hija de perra del closet —confiesa —pero ellas... — pasa una garra por mi mandíbula —no tengo intensiones de seguirlas ocultando a comparación de ti.

—Teme cuando te las muestre —le recuerdo.

—Seria muy difícil —sonríe— fueron demasiado buenas conmigo cuando me sostenían las caderas al momento de montarte.

Mi cuerpo se tensa dolorosamente cuando se restriega sobre mi bulto y volteo la cara cuando intenta lamerme y su legua me pone a tragar saliva al momento que entra en contacto con la piel de mi mejilla.

—Que bello rostro —musita— a veces extraño sentarme en el.

Comienza reírse y la tomo del cuello mandándola por debajo de mi cuerpo. Estoy a punto de soltarle algo que la joda cuando las puertas del elevador se abren y se adentran el pendejo de Roman Hilton. Se queda estático al vernos y baja los papeles que trae en mano.

— ¿Tu que haces aquí? —espeto enojado y Mónica me aparta poniéndose de pie— ¿Ya dejas que cualquiera entre a tu oficina? —le reprochó a ella.

—No es cualquiera —me gruñe fulminándome con los ojos mas expresivos que he conocido— y no, no interrumpes nada. Este ya se va.

Me apunta con la barbilla.

—¿Este? —respondo ofendido— ¿Ahora soy "este"?

—Si quieres vuelvo después —se escuda Roman.

—Si, mejor —le respondo sarcástico e intenta irse.

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