CAPITULO 25 - EN LA MIRA

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En la mira

Monica

El olor a humedad viene como oleadas repentinas acompañadas de chillidos que viajan a través de eco y no quiero imaginar a los animales que los estén provocando. Mi espina dorsal se eriza suponiendo todo y me hago a un lado extendiendo la mano.

—Adelante alteza —invito a Antonio.

Me mira negando con la cabeza y cede bajando un escalón.

—Miedosa.

No es miedo, pero si una rata va a saltarle encima a alguien, mejor que sea él en vez de a mi. Una vez los dos adentro, cierro la puerta a nuestras espaldas sumiéndonos en la oscuridad. Bajamos la hilera de escalones y el frío va ondeando cada vez más, el pasillo es lo suficientemente estrecho para tener espacio de movimiento pero su altura apenas es muy alta para el hombre de 1.96.

—Si no es mucho pedir —musitó muy bajo para que nuestras voces no causen un eco para lo que se encuentre al final del túnel— podrías...

No termino la oración cuando enciende una pequeña llama en su mano y acaba con la oscuridad que me hace sentir incómoda. No me gusta. Porque me recuerda a la de ese horrible bosque donde vagué por días en la nieve y cuando estaba al borde de morir, me encontró Jhon.

—Gracias —continuamos caminando alerta de alguna trampa.

Los ruidos de las ratas me tienen nerviosa y por un momento dejo de prestar atención a las trampas que se me olvidan, solo miro al suelo escuchándolas pasar por nuestros lados.

—No te van a morder Monica —murmura Antonio— deja de tenerles miedo.

—Que no les tengo... —una se posa en mi bota y salto pateándola. Me muerdo la lengua para no gritar y en menos de nada ya estoy trepada sobre la espalda de Antonio rodeándolo con las piernas como si el piso fuera lava.

—Nuestros súbditos se burlarían de ti si supieran que su princesa le tiene miedo a unas simples ratas —se burla— no le temes a lo que te vas a encontrar al otro lado pero si a unos animales diminutos.

—¡¿Diminutos?! —me aferro a su cuello mirando al suelo— ¡esa cosa tenía el tamaño de un Chihuahua!

—Sería una lástima que también salieran mapaches... te arrojaría directamente a ellos.

—Cállate —me sostengo más fuerte— sirve de algo y comienza a caminar —suspira— ¡arre!.

Me muevo incentivándolo a que camine y eso hace. Se detiene cuando yo se lo pido y presiono los cuadrados escondidos que van desactivando trampas. Estoy que me infarto con los tamaños de las ratas que no parecen molestarle a Antonio. Odio este tipo de animales y quizá me veo ridícula pero yo no quiero que ninguna vuelva a subirse en mi pie.

—Vamos bien de tiempo —le digo mostrándole la hora en mi reloj— si estoy bien. A partir de aquí tenemos el camino libre.

En un lapso el agua del alcantarillado nos frena, no luce profundo pero aún así tenemos que cruzarlo. Veo imprudente de mi parte seguir dejando que él me cargue y hago el intento por bajarme de su espalda, sin embargo su mano libre se aferra a mi muslo manteniéndome quieta.

—Ya tengo las botas mojadas, no le veo caso que tú también te las mojes.

—Puedo andar sola —insisto— no me importa.

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