CAPITULO 47 - CONSTANTIN TEPES

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Constantin Tepes

Antonio

Ella es buena escondiéndose, tan silenciosa como la nada cuando se lo propone. Me muevo sobre los pasillos buscándola y aunque me he grabado estas paredes como si me pertenecieran, aún existe la posibilidad de perderme.

A la quinta estancia comienzo a cuestionarme el juego. Una puerta que nunca he abierto, es la última del ala en su castillo y no dudo en empujarla.

  Irrumpiendo en ella, encuentro lo que parece un estudio, los estantes de libros se apegan a la pared y el ventanal a su costado; es lo que proporciona iluminación, aunque el clima de afuera con el cielo nublado y el próximo anochecer, no proporcionan lo suficiente.

  Un candelabro se encuentre encima de la mesilla en el centro y me planto frente a él contemplándolo, mis manos se hacen puño intentando hacer de alguna manera lo que mi padre hace con facilidad y la mecha de las velas, no se perturba en lo absoluto.

  Cierro los ojos intentando una vez más y cuando los abro, parezco ver una pequeña chispa que al final, no termina encendiendo la vela como quisiera. Jamás he logrado nada, esto podría ser un gran avance, pero no lo suficiente para despertar el poder de mi madre o padre.

  —Casi pudiste encenderla —una voz proveniente del costado me toma desprevenido— estoy sorprendido.

  Me alejo de la mesilla volteándome y en las penumbras aparecen esos mismos aros púrpuras que vine a buscar. Parpadeo posándome firme y veo entreverse la silueta del rey sentado en el mueble con la pierna cruzada.

  Cuando entre, no escuche, ni sentí ninguna presencia, pero él estuvo allí desde un principio observándome en silencio. Su argolla en el dedo brilla cuando mueve su mano y se lleva el puro a la boca.

  —Señor —inclino la cabeza disculpándome— lamento haber irrumpido en su estudio, creí que la habitación estaba vacía.

  Con las manos a mi espalda, espero y me enderezo de nuevo cuando suelta el humo y el cuero del mueble se escucha al hacer fricción con su ropa. Siempre porta elegantes trajes de tres piezas.

  —Eres bastante joven para lograr si quiera eso —sus ojos señalan en dirección a la vela— interesante.

Veo la punta negra de la mecha quemada.

  —No ha sido la gran cosa —opinó— solo fue una diminuta chispa sin gracia.

  —Si no hubieras cerrado los ojos habrías visto algo más que una chispa —sonríe.

  Posee en su voz una tranquilidad bastante ligera, jamás lo he escuchado alterarse, pero sus ojos en ocasiones llegan a gritar lo contrario. Los suyos atemorizan y pesan, ellos me miran esperando a que mi existencia se empequeñezca en su lugar, como si sus pupilas fueran agujeros negros a punto de absorberme a su inmensidad y él púrpura fuesen tentáculos intentando atravesarme la mente y la conciencia. Así se siente la mirada del rey Constantin, el padre de Monica.

  —Estoy buscando a su hija —aclaro la intromisión.

  Una pequeña risa escondida se escucha en la habitación y el, mira sobre su hombro ensanchando su sonrisa.

—Lo sé —responde sosteniendo la mano de Monica cuando sale de su escondite detrás del mueble a su espalda.

—¡Tardaste mucho! —ella ríe subiendo a las piernas de su padre— ¡pero me encontraste Antonio!

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