CAPITULO 49

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Acciones, no palabras

Antonio

Arremango las mangas de mi camisa y me percato que mi brazalete Hermes junto con el reloj, ya se han ensuciado. Su color dorado está untado de ese asqueroso aroma que de todas formas provoca que mis fosas nasales se expandan y mi lengua salive avivando mis papilas que se mueren por probar. El líquido rojo se extiende por el metal, manchando mi piel y mi lengua se mueve dentro de mi boca encendiendo mi hambre. Una dolorosa sed que entume mi mandíbula y descubre mis colmillos tiviando mi aliento.

Froto las yemas de mis dedos sintiendo la consistencia de la sangre mientras que a unos metros escucho los jadeos del humano. Su sangre es tan roja y de consistencia exquisita que me lleva a las penumbras de mis más grandes deseos, porque me siento como un bosque sin vida con tierra seca y quebradiza que ansía una gota de lluvia. Esa es la sensación que acompaña dia con dia a las criaturas como yo, jamás podemos sentir "nada", siempre falta algo.

Por inusual que me sea, no puedo evitarlo y me llevo los dedos a la boca, olfateo su olor estremeciéndome y mi lengua lame aquella riqueza maldita por la que tenemos que matar para conseguir. Al entrar en contacto con mi paladar, mis terminaciones nerviosas reviven y me siento en la necesidad de tomar más. Jamas estoy satisfecho.

Los ojos de él están puestos en mí, observando lo que hago y un temblor sacude sus músculos adoloridos y huesos frágiles. Ni siquiera la oscuridad evitó que viniese por él y no voy a mentir diciendo que no disfrute sentir su miedo en el aire mientras corría de mí.

Ni todo su esfuerzo fue suficiente porque lo seguí por cada pasillo, su corazón latía desbocado y miraba hacia atrás esperando perderme. Todo ese terror y el disparo de adrenalina es alentador. Tienta a cualquier criatura como yo, a gozarlo. Es una naturaleza.

Alejo las sensaciones enfocándome en la pared frente a mí, cubierta de pruebas y estoy en ella o es lo que parece, mis fotografías en diversos sitios se conectan en un hilo rojo con otras antiguas de Stoian y comienzo a deducir cómo es que surgió este problema sin la necesidad de preguntarle. Es tan claro, que me molesta y sorprende lo cerca que ha estado observándome. A cada paso durante años, sin que yo me percatase de ello.

Arranco la fotografía de mi madre quien es capturada en una fiesta inclinándose una copa de sangre y a su lado, su hermana menor toma su mano, ambas completamente distraídas mirando hacia otro sitio, e inclusos sus perfiles faciales poseen rasgos casi idénticos si no fuera por esa manera letal de mirar de mi madre y los ojos redondos y grandes de Circe con sus expresiones suaves, tímidas.

Dejamos de envejecer cuando llegamos a la edad de perfecta de madurez, pero Circe siempre lucio mucho más joven que sus hermanos mayores. Siendo aquella hija de belleza que destilaba inocencia y pureza, representando así, 22 jóvenes años de vida y no más de 5 siglos.

En cambio, Asteria era una mujer de mirada impetuosa, jamás pudo pasar desapercibida entre los humanos. Al sonreír, sus colmillos siempre deslumbraban y por ella decían que el diablo vestía de rojo. Era imposible de creer que tanta belleza fuera pura maldad y crueldad.

Continúo moviéndome y vaya que la pared está llena de hilos y pedazos de periódicos con mi apellido plasmado. A mi espalda escucho como se arrastra el humano dejando un rio de sangre a su paso y arranco otra fotografía de mi madre con un elegante sombrero negro y joyería de perlas alrededor de su cuello.

Su cabello rojizo destaca y lo único que se revela de su rostro, es aquella sonrisa siniestra que siempre adornaba con un elegante color rojo quemado. Una simple sonrisa que significaba tantas cosas y de esa foto se conecta a otra tomada en la misma cronología y esta vez ella mira a la cámara, posiblemente erizando la piel de quien la tomo, porque ella lo noto a pesar de la distancia y se lo hizo saber. Lo que más me inquieta es la siguiente serie que repite la accion, ella continúa mirando la cámara como si en cada lugar que era vigilada, lo supiera.

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