Un delirio

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Dos días más tarde, en la tienda de Gold, Regina y Daniel habían escogido un coche para sustituir el que habían vendido en Nueva York. El Playmouth 1978 no era el favorito de Regina, se parecía a un coche de policía, que incluso ella había descrito muy bien en una de sus novelas. Pero a pesar de todo, era un modelo clásico y Daniel había ofrecido mucho dinero para tener uno de esos que no iba a encontrar con tanta facilidad, pues los pocos que había tenían dueños que no querían desprenderse de ellos. El Sr. Gold fue agradable con la pareja y les cobró un precio justo, y sin tardanza, los Colter lo pagaron en efectivo, cosa que raramente ocurría en aquella tienda de coches clásicos y precios altísimos.

Cuando abandonaron la tienda, pasaron con el coche, recién comprado, por la orilla de la playa, cerca del Hotel Hopper, donde se habían hospedado la semana anterior. Regina pasaba por allí diariamente en taxi, pero el hotel nunca fue tan interesante como cuando Emma comenzó a trabajar en él. Ella tenía esperanza de encontrar a la muchacha andando por la calle, distraída o sola como generalmente estaba. La última vez que la había visto resultó una experiencia intrigante. Si al menos pudiera tener más tiempo para hablar con ella. Le era muy familiar, pero, ¿de dónde? Aunque se estrujaba el cerebro, no podía encontrar la respuesta. Pero lo más extraño de todo era el hecho de sentirse instigada a escribir cada vez que la veía. La última vez, Regina había pasado toda la tarde en su despacho. Había vuelto a la casa desesperada con las ideas en ebullición en su mente, entrando en un estado de trance perfecto y largo, como si la muchacha tuviera alguna llave para abrir el baúl de su imaginación.

La tarde era la parte favorita del día de Daniel, como si necesitara la luz del día para pintar sus obras de arte. Había recibido un pedido de la galería de arte de Nueva Jersey y había trabajado en él todo el día, hasta que ya no le quedaron fuerzas en los brazos para garabatear con la tinta en el lienzo.

Con mucho esfuerzo, se levantó, salió del taller y anduvo por el pasillo. Regina estaba encerrada en el despacho y ciertamente no quería ser molestada. Daniel miraba hacia la puerta imponente de la estancia, pensando si llamaba o no. Una de las manos le temblaba, medrosa, subiendo lentamente hasta el pomo. Los dedos le dolían tanto que era la muerte moverlos. Desistió. Soltó el pomo y dejó intacta la paz de Regina.

Dentro, la escritora intenta, sin éxito, salir de un párrafo en la segunda parte de la historia. Su Suzana tenía que tomar una drástica decisión para ver de nuevo a la mujer que amaba. Regina miraba, indecisa, lo que había escrito. Pasaron tres horas, no había podido añadir ni dos palabras al texto, se sentía tan frustrada que borró todo el capítulo.

En aquel momento nada iba a ayudarla a encontrar lo que quería escribir. Se acercó al pequeño mueble en la esquina izquierda de la estancia y abrió una botella de Bourbon, bebiéndose de un trago casi la mitad de un vaso. Solo hacía eso cuando estaba de verdad malhumorada.

La dosis de la bebida hizo efecto rápido, y fue tan malo que podía jurar que estaba lloviendo cuando abrió la ventana del despacho. Se sirvió otra dosis generosa y observó la ciudad minúscula a través de la línea de árboles del final de la calle. Su atención perseguía cada coche en la distancia, examinando a dónde iban, en qué calles entraban, a las personas que paseaban de un cruce a otro, que parecían pequeñas hormigas vistas de lejos. Vio a alguien que doblaba la curva del final de la calle, una mujer, una muchacha con la cabeza gacha y cabellos largos moviéndose de un lado a otro. Sabía quién venía, acercándose, creciendo a su visión, pero aún así pequeña. La muchacha venía con prisa, agarrándose los propios brazos por debajo de una gran chaqueta, acto que tenía todo el sentido ya que estaba metiéndose frío. Cuando la muchacha se acercó a la casa, casi en la esquina, Regina la perdió de vista. Pensó en correr al piso de arriba para ver a la chica caminar hasta el caserón en que vivía en aquella misma calle, pero, ¿de qué serviría vigilar a la muchacha? Había hecho lo mismo ayer, ella no tenía idea de que estaba siendo observada, ¿qué ganaría persiguiéndola con la mirada hasta que se metiera en su casa?

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now