Herencia

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Había sido decisión de Emma estar delante del féretro del padre y despedirse. Estaba quieta contemplando el cajón de madera negra, pulida y sencilla donde Daniel yacía. En realidad se había quedado con la horrible imagen de los ojos sin vida y el olor a sangre cada vez que recordaba aquella escena grotesca. No le estaba resultando sencillo cambiar esos pensamientos, aunque en aquel momento lo deseaba enormemente. Suspiraba, mirando hacia arriba, rezando una oración que había aprendido con su abuela cuando era pequeña. Eran las únicas palabras que encontraba para decirle a Daniel. A su espalda, Regina esperaba que el adiós de su amada acabara, ya había realizado el suyo y no se había olvidado de incluir con el cuerpo del ex marido alguna parte de la colección de cuadros que él había pintado a lo largo de su vida. Daniel volvía a San Francisco, a su casa, a su cuna, acompañado de la mayor pasión de su vida, sus cuadros.

‒ Descansa en paz, Daniel‒ Regina se adelantó, tocó el ataúd y colocó sobre él un ramo de flores. Tenía un nudo en la garganta, pero lo que más le incomodaba era la música fúnebre que no salía de su mente.

Emma le dio la mano y se apartaron, pidiendo que finalmente se lo llevaran. Y en un parpadeo, vieron cómo el ataúd era metido dentro del coche negro.

‒ ¿Va a la capital y después a San Francisco?‒ preguntó Emma como quien pregunta sobre alguien vivo.

‒ Sí. El cuerpo está embalsamado, esta noche llegará a California‒ dijo Regina, más calmada, ya de espaldas al coche fúnebre, y alejándose con Emma ‒ ¿No quisiste verlo por última vez?

‒ No. Tuve una mala impresión al ver su cara aquel día. Quería quedarme con un buen recuerdo de quien fue en mi mente.

La señora Mills pensó rápidamente, sabía cómo realizar los deseos de Emma, pero para eso tenían que volver a la mansión. Ya no era la escena del crimen, el sitio estaba de nuevo en manos de Regina, pero antes de confirmarlo definitivamente, tenía que confirmar cuánto de lo que le pertenecía a Daniel era también suyo ahora que él estaba muerto.

No había duda alguna sobre el hecho de volver a vivir en la mansión después de lo ocurrido. Sería una idea absurda si decidiese vivir donde Daniel había muerto y donde los últimos meses no había sido feliz. Sin embargo, tuvo que regresar. Había marcado una cita con Isaac, el abogado, y era muy importante que estuviera allí dentro. Emma estacionó el coche en la puerta de la mansión y observó la fachada, literalmente abandonada, intacta y sucia, como si los hechos allí acaecidos hubieran transformado la casa en un sitio maldito.

‒ ¿Extraño, no? Parece que está cerrada y en cambio parece que hay alguien viviendo allí dentro‒ dijo la muchacha

‒ Tengo una mala sensación. No quiero entrar‒ Regina miraba hacia las escaleras y el jardín.

‒ Puedo resolver esto por ti, ¿qué te parece?‒ Emma extendió la mano

‒ Tengo que bajar. Isaac tiene que decirme lo que es mío por derecho dentro de la casa.

‒ ¿Belle está ahí?

‒ Creo que sí

Bajaron del coche y Regina no tuvo que usar la llave que tenía. Belle apareció en la puerta, sin el uniforme de empleada -ya no era necesario usarlo- y las recibió.

‒ ¿Están bien? ¿Señora Mills?‒ hizo una breve inclinación hacia la escritora que le ahorró el gesto.

‒ Dentro de lo que cabe, Belle, ¿y tú?‒ preguntó Regina, subiendo el último escalón de la entrada.

‒ Igual. Me he enterado de que el cuerpo del sr. Colter ya ha sido enviado hoy.

‒ Acabamos de verlo marchar, venimos de allí‒ respondió Emma ‒ ¿Cómo están las cosas por aquí?

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora