La fuga

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Mientras Ingrid ronroneaba en la cama, Daniel se ajustaba una toalla de baño en la cintura. Él había salido del cuarto de baño tras una ducha caliente de media hora, pero su hígado aún reclamaba de tanto que había consumido. Salió del baño con una hermosa visión estirándose como un gato sobre la cama y sus sábanas. Ella se incorporó, se quedó con los brazos cruzados y giró el rostro por encima del hombro.

‒ Finalmente has acabado de bañarte‒ dijo ella, sonriendo de manera provocadora ‒ Hace un momento tu empleada me encontró y salió corriendo. ¿No escuchaste el grito?

Daniel recogió sus ropas y las de ella del suelo.

‒ Creo que algo escuché‒ él la miró ‒ Después me las arreglo con ella

‒ Tenías que haber visto la cara que puso‒ Ingrid soltó una carcajada vulgar, aún estaba borracha y dormiría un poco más si dejara de lado su deseo sexual. Veía a Daniel vistiéndose y rezongó cuando él se puso los pantalones ‒ Tendrías que ir a buscar el desayuno y volver, querido.

‒ No, prefiero desayunar abajo en la mesa. ¿Quieres venir conmigo?‒ Daniel se puso una camisa y la fue abotonando sin prisa. Seguía mirando hacia ella, que continuaba llamándolo con sus poses para que se metiera en la cama.

‒ No estás siendo un caballero. ¿Dónde está tu educación? No es este el Daniel que yo conocí.

Él caminó hacia ella, se arrodilló junto a la cama.

‒ Aceptaría tus invitaciones para volver a la cama si mi hígado no estuviera gritando socorro. Supongo que el tuyo también necesita un café fuerte.

Ella le puso morritos.

‒ Bobo, no me conoces. Tardo horas en recuperarme, no hay café que ayude. Mi cuerpo ha trabajado mucho esta noche.

‒ Lo sé. ¿Quieres dormir un poco más? Dentro de una hora subo con algo para que comas.

Ingrid bostezó, y dijo descuidadamente

‒ Está bien‒ vio como Daniel la tapaba con la sábana. Le acarició firmemente las nalgas antes de levantarse ‒ ¿Sabes que aún eres un tigre en la cama?‒ preguntó, sin preocuparse si él quedaría avergonzado, de forma provocadora.

Daniel sonrió

‒ Nunca dejé de serlo

Él le lanzó un beso volado, se giró y salió.

Tres horas más tarde, Ingrid despertó con el olor a té inundando sus fosas nasales. Abrió los ojos y se deparó con una bandeja de frutas, panes y bebida caliente, pero Daniel no estaba allí, a su lado en la cama. Llegó más tarde cuando ella se levantó y tambaleó, notando que el cuarto se hacía oscuro. Apretó su brazo y cerró los ojos, intentando recomponerse.

‒ Vaya, qué fuerte dolor de cabeza.

‒ El té te ayudará algo. ¿Estaba todo de tu agrado?‒ preguntó, ayudándola a sentarse. Actuó rápido pasándole su vestido, las bragas, el sujetador y los zapatos.

‒ Claramente mejor que lo que prepara Mary Margareth‒ respondió ella, mientras iba poniéndose la ropa interior.

‒ ¿Quién es Mary Margareth?‒ él la ayudaba con la ropa

‒ Mi cuñada, un amor de persona‒ contestó ella, evidentemente, de forma sarcástica.

Daniel se detuvo pensando.

‒ ¿Tu padre aún está vivo?

‒ No‒ era mejor que se callara antes de contarle a Daniel cosas que él no tenía que saber. Aunque estaba medio atontada, Ingrid cambió de tema ‒ ¿Qué hora es?

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now