La playa desierta

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Emma no tuvo tiempo de reaccionar, aguantó la respiración por medio minuto cuando vio el rostro de su madre por el reflejo y, con miedo de lo que Ingrid pudiera hacer con el arma, no dudó en obedecer. Nadie vio cuando las dos salieron de la tienda, pero Emma sabía que si gritaba estaba todo perdido. Sentía el cañón helado del arma prensando sus cabellos contra su cabeza. Ingrid iba pegada a sus talones hasta llegar al coche. El arma siempre apuntada hacia ella dejaba a Emma sin elección.

‒ Entra en el coche y obedece en todo lo que te diga, ¿escuchaste bien?‒ Ingrid dio la vuelta apuntando hacia la hija, entró por el lado del pasajero y esperó a que la muchacha obedeciera.

La Swan más joven tragó saliva, pero ni miró al lado. Cerró la puerta, arrancó y salió lentamente por la costa. ¿Qué pensaba hacer su madre? ¿Qué era aquello? No quería temblar para no mostrarle a Ingrid que tenía miedo. ¿Cuál era su plan esta vez? Ingrid bajó el arma, pegándola en el estómago de la muchacha. Si eran vistas, nada llamaría la atención.

‒ Sal de la ciudad‒ dijo Ingrid ‒ Coge la carretera 45 y sigue hasta la ciudad más cercana.

‒ ¿A dónde me estás llevando?‒ Emma se olvidó de que debía quedarse callada.

‒ Sin preguntas de momento, pequeña. ¡Ve deprisa!‒ Ingrid pegó el cañón del revólver con insistencia en Emma, obligándola.

La muchacha, entonces, aceleró, dando la vuelta por dentro de la ciudad, rezando en silencio para que alguien las viera, pero parecía que ese día le estaba gastando una broma, ya que no había un alma caminando por las calles que mirara hacia el escarabajo que iba a alta velocidad. Sin embargo, cuando pasaban por la placa de bienvenida a la entrada de la ciudad, un coche blanco de cristales oscurecidos se cruzó con ellas, e Ingrid sabía quién era.

Mientras la muchacha conducía, Ingrid veía cómo el semblante de su hija empalidecía bruscamente. Emma había crecido, había cambiado, especialmente después de su regreso y a veces le recordaba tanto a Daniel. Ingrid miraba a la hija, la apuntaba con el arma y pensaba en cuán diferente se había vuelto Emma con su ausencia. Ya no era una niña, era una mujer hecha y derecha, llena de coraje para enfrentarse a la madre y decirle que la odia. Dolida, Ingrid le iba a mostrar a Emma que, de alguna forma, iba a compensarle las decepciones y ya no sería un peso en su vida.

Obediente, Emma condujo durante una hora, callada, sudando frío, intentando a cualquier costa no vacilar y lanzar el coche contra el primer camión que pasara a su lado. Pero Emma no tenía valor, no había garantía alguna de que saliera con vida y solo muriera la madre. Tenía que conversar con ella sin tener esa arma apuntada hacia su estómago. Después de todo aquel tiempo, Emma estaba a punto de enloquecer, sentía sus manos húmedas sobre el volante y la boca seca, ¿cómo saldría de esta? Ni todos los rezos del mundo la iban ayudar ahora. Durante unos breves segundos cerró los ojos.

‒ ¡Despierta, Emma!‒ dijo Ingrid, atenta‒ Está bien, creo que ya estamos lo suficientemente lejos para hablar‒ Pasaron por una placa en el borde de la carretera. La ciudad más próxima quedaba a veinte millas y había una playa a la vista ‒ Pégate al borde‒ ordenó la mujer.

Emma desvió el coche hacia la orilla de la carretera, hundiéndose entre los árboles y deteniéndose. Finalmente miró brevemente a su madre a los ojos, finalmente tendrán la conversación. Ingrid le hizo un gesto para que bajara. Ambas salieron. Ingrid le ordenó caminar hacia la arena y la muchacha no tenía elección.

‒ Ya entendí que quieres hablar conmigo, pero ¿puedes dejar de apuntarse con esa pistola? Prometo que no voy a intentar huir‒ pidió Emma desesperada.

‒ Hasta la arena, querida. No me engañas‒ llegaron finalmente e Ingrid hizo lo que la hija pedía, bajó el arma, aunque seguía agarrándola en una de sus manos. Se quedó frente a Emma, fijando sus ojos azules en los verde oscuro de la joven.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now