Misión cumplida

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Cumpliendo con lo que le había prometido a los tíos, Emma fue a buscar a Ingrid aquella tarde, dos días después del crimen. Regina estacionó su coche en las cercanías de la pensión y observó a Emma, que se metía en los bolsillos de los pantalones la bolsita de plástico del forense para meter dentro los cabellos que consiguiera de la madre. Como mínimo, era muy extraño pensar que estaba dispuesta a incriminar a Ingrid, su propia madre, alguien a quien debería defender, sin embargo, la cuestión era para la muchacha mucho más personal de lo que parecía. Nada le sacaba de la cabeza que tenía que meter a Swan entre rejas, sin arrepentimiento, sin piedad ni pena que pudiera aparecer en medio de la conversación que pretendía tener con la mujer en los minutos siguientes.

Emma alzó el rostro y le dio la mano a Regina, besando los dedos de la mujer entrelazados a los suyos, y pidiéndole que se quedara tranquila. La convicción en la mirada de la joven demostraba todo lo que la escritora precisaba saber en aquel momento. Emma era fuerte, mucho más que la muchacha que había conocido hacía varios meses. Era su Emma, la muchacha a la que estaba viendo convertirse en una mujer decidida y dispuesta a abrazar la felicidad con ella cuando todos los problemas acabasen. Ingrid era esos problemas que faltaban por resolver y, en verdad, Regina quería estar con Emma, escuchando la historia que la mujer le contaría a la hija. No solo estaban allí para recoger las muestras de ADN, sino por la verdad, para comprender de boca de la propia Ingrid quién era ella.

Regina miraba aquellos ojos verdes y respiraba el aire entre ellas, más calmada, casi olvidando la triste tarea que iba a ser encargarse del papeleo para el transporte del cuerpo de Daniel a California. Emma estaba cansada, podía verlo, pero ni eso iba a hacer que se rindiera.

‒ Ya voy, ¿ok? Todo va a estar bien‒ dijo la joven

‒ Sé que sí, confío en ti‒ la mujer acercó su rostro y le dio un beso en la frente, aunque ya no había problema con las muestras de afecto en público. Todo el mundo ya sabía, la ciudad entera había escuchado el rumor que se había confirmado semanas más tarde, y ahora ellas no tenían que esconderse de los demás, y Emma lo sabía.

‒ ¿Por qué no me das un beso en la boca ahora que somos libres?‒ preguntó la joven

‒ ¿Libres?

‒ Sí, tú y yo, libres para besarnos aquí sin importarnos si alguien nos ve. Todo el mundo ya lo sabe. ¿De qué tienes miedo?

‒ No sabía que ya todos...‒ Regina se calló un momento, pensando

‒ Después de vernos en comisaría, las sospechas de la gente se confirmaron‒ comentó Emma

Mills rió ligeramente, un poco sorprendida.

‒ ¿Eso quiere decir que ya no tenemos que tener cuidado? Hum...Me gusta eso.

Emma rió con una dulzura implacable, robando los temores de Regina y agarrándola por el cuello de la blusa para sellar firmemente su boca.

‒ Te amo, ¿ok? Cuando acabe aquí, voy directa a la comisaría, nos vemos allí.

‒ Está bien.

Se dijeron tras el beso, y Emma descendió del escarabajo, y echó a andar. Regina acompañó a la joven con la mirada y la llamó antes de que llegara a la pensión.

‒ ¡Emma!

La muchacha se paró y miró hacia atrás

‒ Ten cuidado.

Mill se marchó en el coche y Emma tuvo tiempo para asentir, comprendiendo su preocupación.

Media hora más tarde, Ingrid regresó al cuarto de la pensión, encontrando a la hija revolviendo sus cosas. No era lo que se esperaba, por eso, cuando cerró la puerta, se llevó un gran susto, pero ni el ruido pareció incomodar los planes de Emma, estaba todo pensado.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now