Infelices

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Regina se fue alejando en el coche, dejando a la joven Emma atrás, con pena en su conciencia, aunque aún no sabía si tendría coraje para ver a la muchacha cuando anocheciera. Por un momento se arrepintió de haber conversado con ella, de haberse encontrado con Emma, la persona equivocada en el momento equivocado. Mientras iba conduciendo, mil ideas le venían a la cabeza, pero no era un buen momento para plasmarlas en el papel. Cerró los ojos un segundo y al abrirlos ya había perdido a la joven en el retrovisor, ya había girado la esquina, dado toda una vuelta a la manzana pero ya era tarde para encontrarse con ella de nuevo y decirle que iría a su casa esa noche.

Regina estacionó en el garaje de la mansión, salió del Playmouth con el paquete en las manos y entró en la casa casi con la certeza de que nadie la había visto salir. Al llegar, vio a Belle llevando al marido hasta el taller de pinturas, empujando la silla de ruedas. La muchacha lo dejó en el salón y salió para terminar el almuerzo. Regina soltó el abrigo negro en el perchero de la entrada, dejó el paquete de las medicinas sobre el mueble y se fue a su despacho, encerrándose allí hasta el mediodía. Escribió un capítulo entero de Íntimamente, y desistió, sufriendo para terminar. Llevaba días con una jaqueca, y pensaba que era por pensar demasiado en la traición sufrida. Estaba intentando hacer lo posible para ignorar las cartas del marido y de la tal Colibrí, solo que tenía que vivir con él, el hombre en quien había confiado, y cada vez que lo miraba recordaba la sensación, la decepción al descubrir algo improbable.

Daba pequeñas inhalaciones a un cigarro de un paquete que había conseguido cuando había ido al centro de la ciudad, pero nunca se acostumbraría al sabor amargo que quedaba en la boca. No era la primera vez que fumaba, ya había experimentado uno de los del marido cuando era más joven, pero tenía preferencia por cosas más refinadas, como un puro habano que su suegro le regaló a Daniel una vez, pero poco más había fumado. Intentaba encontrar algo que la atontara, un relajante, una distracción. Pronto abandonó el cigarro, porque al acabar uno lo que le quedaba era ansiedad, en vez de lo contrario.

Entonces llegaban las horas del día en que no había otra alternativa que encarar a Daniel, como el almuerzo y la cena. Regina se sentaba con el marido, esperaba a que Belle les sirviera y la despedía con un breve agradecimiento. En esos días, Regina sacaba un tema y dejaba el resto a Daniel, mientras sus respuestas se limitaban a un "Uhum" o "Vale". A él le gustaba hablar más que a ella, y lo hacía de pintura o de su recuperación, que aún creía que sería posible. Regina, como mucho, se limpiaba la boca, sonreía sin mostrar los dientes y terminaba la conversación con un "Estoy satisfecha, querido". Ella veía doble sentido en la frase, satisfecha por la comida, pero también podría estar satisfecha con el matrimonio, que podría terminarse en aquel preciso momento.

Belle se presentó un día en su despacho a pedir su dinero. La muchacha estaba saturada entre cuidar de la casa y del señor Colter, así que Regina le sugirió que buscara una persona para que la ayudara en la casa. Belle estuvo de acuerdo y salió más aliviada del despacho. Ese mismo día fue cuando llevó a Daniel al médico, el Dr. Whale, quien le recomendó la homeopatía, pues formaba parte de sus experimentos con pacientes de parálisis transitoria. Regina no dijo una palabra en el camino de vuelta a la mansión, Daniel habló solo sobre la recuperación que tanto anhelaba, pero Regina sabía que no se produciría.

Él hizo un comentario sobre sus exageradas ojeras, pero la mujer le contó que tenía alergia al maquillaje y él se lo creyó. La mentira de Regina no levantaría sospechas en él, y ella se creyó con el derecho de hacerlo. En los dos o tres días siguientes se negó a almorzar con él, le decía a Belle que le dijera que no tenía hambre y que ella le hiciera compañía.

Hoy, Regina almorzó con Daniel, siguiendo la rutina del "uhum" y "vale". Rápidamente lo llevó al taller y volvió a su despacho. Perdió una tarde intentando escribir, pero no tenía ganas, necesitaba que Emma apareciera de nuevo para que su entusiasmo volviera. Recordó el cumpleaños de la muchacha, sus palabras en la calle antes de marcharse en el coche. No sería justo engañar a la muchacha, ya que las personas engañadas eran capaces de cosas aterradoras. Regía veía a Emma como una joven impulsiva y seductora. Podría perfectamente presentarse en su casa y soltarle a Regina que tenía mal carácter. Vale, eran tonterías, cosas fuera de contexto, y en el fondo no creía que Emma fuera tan incomprensiva. Ya se había acabado el tercer cigarro del paquete cuando Regina decidió que no iba a cenar con el marido esa noche. Miró hacia la estantería del lado derecho del despacho, aplastó la colilla del cigarro en el cenicero, y echó a andar hacia donde quería. Pensaba zafarse de la cena con un buen pretexto. Metió la mano entre los libros organizados alfabéticamente y cogió un ejemplar de una obra suya de cuatro años atrás, llamada Redención. Uno de sus últimos libros lanzados y el tercero más vendido según la lista de The New York Times. Regina lo abrió y echó una ojeada, era un ejemplar que había guardado para regalarle a algún amigo del marido o suyo cuando recibía visitas en Nueva York, pero por alguna razón aquel no lo había regalado. La trama se centraba en una mujer traicionada en busca de redención en la vida, y era algo irónico al tratarse de un libro que la propia Regina había escrito, como si hubiera previsto lo que iba a suceder cuatro años más tarde, en una noche, en una estancia de la mansión en que estaba viviendo. Pensó en regalarle el libro a la joven, le iba a gustar, sobre todo porque ya estaba metida en la historia de Íntimamente.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now