Un error

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La fuga de Regina fue algo inesperado, incluso para ella misma. Su cuerpo entero temblaba de una emoción indescriptible que jamás podría plasmar con esas palabras complicadas de los libros que escribía. No lograba comprender qué había acabado de hacer. Había un grito queriendo ser expulsado de su pecho, una lágrima resbalando, un odio estallando en su interior. No por Emma, sino por ella misma. Y si acaso la muerte era una sensación como esa, Regina estaba muriendo de la forma más hermosa, pensando en Emma.

Había tenido lugar un beso entre ella y la muchacha, pero más allá de aquel, sus deseos ocultos de "Suzanna" brotaron dentro de las palabras de Emma. "Quiero ser la primera...Quiero ser tu primera" Quizás ella tuviera razón, estaba escribiendo el propio futuro. Pero tal vez fuera tarde para volver a la casa de la esquina y decirle que la entendía. Huyó con miedo de algo que nunca había sentido, ni siquiera con Daniel, huyó porque no sabía si era adecuado besar a la muchacha. Lo que quedaba era una conciencia pesada, pues aún seguía Daniel en su vida, pero con él nada tenía el menor sentido, no después de esas cartas escondidas y secretas. Regina estaba dividida entre la pena y el miedo.

Estaba en la puerta, de pie desde hacía media hora reflexionando sobre sus cosas cuando él apareció, caminando solo lentamente como un fantasma que lleva una bola de hierro atada a los tobillos. Él estaba preocupado, tal vez imaginando que su tardanza en regresar aquella noche se debía a algo grave, lo peor se le pasaba por la cabeza. Ella rezaba para que él no se acercara, no preguntara, pero cada segundo, él se acercaba más, lentamente al igual que se iba su vida por culpa de la enfermedad.

‒ Mi amor, ¿dónde has estado? ¿Qué ha pasado?

Regina tardó unos segundos en hallar la respuesta.

‒ Emma...La chica que vive al final de la calle. Me la encontré en el centro de la ciudad y la traje a casa. Me quedé allí esperando que la lluvia amainara‒ dijo la verdad. Fui seca, directa, pero dije la verdad.

‒ Estaba preocupado.

‒ Estoy bien, no tienes de qué preocuparte‒ Regina no cambió su timbre, era en ese momento una mujer cautelosa, de las que aprendían a guardarse lo peor y el mayor de los secretos.

Daniel se esforzaba para mantener el equilibrio con sus piernas sin ayuda, y la esposa lo miraba con desprecio, a pesar de la pena. Él se apoyó en un mueble de esos que hay a la entrada de las casas. Miró a Regina y no supo descifrar la mirada gélida que recibía de ella. Sintió un frío en el estómago, una sensación ruin. "No, Regina no está bien"

‒ Los empleados ya se han ido, ¿vamos a cenar?‒ preguntó él

‒ No tengo hambre, Dani‒ Regina se deshizo del abrigo negro aún encharcado por la lluvia, soltándolo sobre el perchero ‒ Si no te importa, prefiero echarme‒ pasó por su lado, pero se detuvo, teniendo la mínima piedad en el pecho para no dejarlo a su suerte allí.

Regina ayudó a Daniel a andar. Le sirvió tras escucharle que la había esperado toda la noche para conversar sobre lo mismo de todos los días. Cuando se fueron a acostar, ella lo tapó y se echó a su lado, apagó las luces de las lámparas de las mesillas de noche antes del "Buenas noches, querida", pero además de eso, ella quiso saber si aún existía algún vestigio de sentimientos hacia él. No los sentimientos de alguien que está obligado por la pena, sino los de un ser humano capaz de perdonar. Si tocara su mano y entrelazase los dedos, quizás su corazón se disparara y sabría si era digno de un perdón que él nunca pediría. Fue lo que decidió hacer, tocó su mano en silencio. Le zumbaban los oídos, pero fue una gran decepción, pues él apretó sus dedos entre los suyos, pero no hubo reacción. La decepción había corroído la parte buena de ser la esposa de Daniel Colter. Regina cerró los ojos y se imaginó a la muchacha allí a su lado. Emma tenía el calor que buscaba, incluso en un beso. Imaginar le pareció más cómodo que la realidad, y perdida en esa imaginación la mujer cayó en el sueño.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now