Feliz cumpleaños, Emma

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El día amaneció bonito en Mary Way Village, pero en la almohada de Regina había caído una lluvía de lágrimas a lo largo de la madrugada. Regina no se echó a llorar hasta que no escuchó los ronquidos de Daniel. Juró que no haría eso, pero el peso de haber sido engañada durante tanto tiempo le hacía un nudo en la garganta, y para sentir algo de alivio necesitaba llorar.

Era muy temprano cuando se levantó y dejó al marido en la cama, durmiendo como si no tuviera culpa alguna, remordimiento o miedo. Prestó atención en la expresión serena, recordó los días de tormenta cuando pensó que sería capaz de matarlo. ¿Valdría la pena que lo hiciera ahora tras descubrir ese secreto tan serio, que Daniel había tenido una amante? Ella estaba segura de que el matrimonio ya no existía, en ese instante, más que nunca, y para que una tragedia no tuviera lugar en aquella mansión, ella tendría que contener su rencor hasta los límites. Regina no sabía ignorar un sentimiento, ya fuera de rabia, tristeza o dolor. Y en aquel momento en ella había una mezcla de esos tres. Bajó las escaleras, mareada por no haber dormido bien y apoyándose en la barandilla hasta el último escalón. Tenía puestas unas zapatillas de tela para no hacer ruido, y sus pasos la guiaron por el pasillo hasta el taller de pintura de su marido. La puerta crujió un poco cuando la abrió, y percibió que la sala, por alguna razón indeterminada, parecía mucho más oscura de lo que había percibido con Daniel dentro.

Regina necesitaba encontrar una evidencia, una señal, más o menos, obvia de que la amante del marido había estado en su vida. Las cartas le daban alguna pista, como el pseudónimo, Colibrí, pero estaba segura de que si Daniel, realmente, había amado a esa mujer, seguramente la había pintado en alguna tela, o había pintado algo para regalárselo a ella.

El olor a pintura se metía por la nariz incluso antes de comenzar a caminar entre los cuadros. Cuando lo hizo, observó un mar de pinturas que ni siquiera recordaba que Daniel hubiera hecho. Sentiría vergüenza por no recordar aquellos lienzos diseminados por la sala si no fuera por el hecho de sentirse traicionada por Daniel. Ahora, cada vez que se reprendiera mentalmente por haberle fallado en algo, se lo pensaría dos veces, a fin de cuentas, él no se merecía para nada que ella se preocupase. Así que, caminó hasta los cuadros empaquetados que estaban diseminados por las esquinas de la sala. Aquellos cuadros eran pedidos de diversas galerías de arte, coleccionistas y diversas personas que conocían el trabajo del artista Colter. Regina los abrió, con cuidado, uno a uno, pero nada de ningún retrato o dedicatoria a la mujer que Daniel había amado en secreto. Esperaba encontrar un cuadro vistoso como el suyo, aquel que estaba en la pared del despacho en donde pasaba gran parte del tiempo escribiendo, un cuadro muy bonito de su rostro que él realizó con estudiado cuidado. Quizás fuera lo único que quedaba del amor que sentía por Daniel, ese retrato suyo.

Ella quería ver el rostro de la mujer, saber quién era, si era bonita, interesante, por qué atraía al marido más que ella todo ese tiempo. ¿Qué le faltaba a ella para que Daniel prefiriera a otra? Preguntas que habían estado toda la noche en su cabeza y ahora le habían dejado una enorme jaqueca. Regina soltó los cuadros del marido y se llevó las manos al rostro, desahogándose en una nueva tempestad de lágrimas, faltando a su juramento de no dejarse conmover.

Aquella mañana, Emma fue a la floricultura del tío para informar de la llamada que había recibido de Ingrid. La muchacha estaba desesperada buscando una solución, para evitar que la madre volviera o que se fuera a vivir con ella. En años, era la primera vez que David veía a la sobrina tan enfadada con la noticia del regreso de su hermana, sin embargo, poco podría hacer por Emma, no le iba a impedir a la hermana regresar a su ciudad natal para reencontrarse con lo poco de familia que aún le quedaba. A pesar de todo lo malo que Ingrid había hecho en la vida, siempre poniéndose en primer lugar, él no sentía rencor hacia ella, no podía. Por eso, escuchar a la sobrina esa mañana lo dejó triste, al mismo tiempo que aliviado al saber que Ingrid podría haber cambiado, pero eso era solo una vana esperanza. En su interior, sabía tanto como Emma, que ella no iba a cambiar su forma de ser.

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora