Entre padre e hija

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Las lágrimas de Ingrid insistían en caer cuando cayó de rodillas y se lanzó hacia el regazo de Daniel. No recordaba haber llorado tanto alguna vez, haber sentido esa sensación de derrota y desamparo. Daniel era el único que podía ayudarla en aquel momento, aunque fuera con una simple mirada, que era para lo único que le quedaban fuerzas. El frío del arrepentimiento era doloroso y pesado, e Ingrid juraba que moriría por ello. Sollozaba, mojaba la tela de las ropas del pintor, esperando que su voz se escuchara y le cuestionara el porqué de ese secreto.

‒ Aquella...Aquella muchacha...‒ dijo él finalmente

‒ Tu hija. Nuestra hija. Siempre fue ella, la niña que abandoné a su propia suerte‒ su voz se agravó en un intentó de autocontrol, pero aún se mezclaba con los sollozos.

‒ ¿Por qué no me dijiste nada?

‒ Rabia. Odio. Rencor.

‒ ¿Fue cuando te envié el cuadro y la carta?

‒ Me enteré en esa semana de que estaba embarazada. Fue el fin del mundo para mí, Dani. Terminaste conmigo, tú y Regina.

‒ Si me lo hubieras contado...

‒ No. No te atrevas a contarme las actitudes que habrías tomado si te enterabas del embarazo. Jamás habrías estado conmigo por amor, habrías escogido a la criatura‒ Ingrid sollozó

Daniel estaba en shock, pero intentaba ponerse en la piel del joven pintor del pasado. También se echó a llorar. Dejó que algunas lágrimas resbalasen por su rostro, pues no era posible gritar, correr tras la hija o darle una bofetada a Ingrid.

‒ Mi hija...Tengo una hija. Me ocultaste una hija.

‒ Porque te odié en el momento en que leí aquella maldita carta‒ alzó el rostro hacia él. De repente, ya no pedía perdón arrodillada, quería enfrentarse a él.

‒ Fui honesto contigo, te dije la verdad. Y tú, sin el mínimo de decencia para entender mi posición, no quisiste aceptar que lo nuestro no saldría bien.

‒ Era a mí a quien debías amar. Habríamos sido tan felices, querido‒ sé golpeó su propio pecho

‒ Y por odiarme me ocultaste una hija‒ la miraba sin entender ‒ ¿Cómo pudiste ser tan cruel?

‒ Fui muy cruel con ella, sí, pero creía que pesaría mucho más en tu consciencia si te enterabas de mi muerte. Di, querido, ¿cómo te sentiste cuando leíste que estaba muerta?

‒ Triste, destrozado. Jamás deseé que dejaras de existir por mi culpa. Y por lo que veo, tú hiciste cosas peores. Lo que esa chica debe estar sintiendo no puede ser menos de lo que siento yo. Me privaste de tener una hija, de realizar uno de mis sueños, Ingrid. Por el amor que nos teníamos el uno al otro, debiste haberme tenido respeto y contarme sobre ella.

‒ ¿Y habrías vuelto conmigo? ¿Te habrías arrepentido de cambiarme por Regina?‒ Ingrid abrió sus enormes ojos azules, parecían echar fuego.

‒ No. Pero le habría dado mi apellido, la habría cuidado y habría sido un padre. ¿Qué historia le has contado a ella?

‒ Ya te he dicho que la abandoné a su suerte. Regresé a esta ciudad, la gente me preguntaba dónde estaba el padre de mi bebé y tuve que encontrar a alguien para hacerlo pasar por tal. Felizmente surgió alguien perfecto para ese papel, y Emma creyó durante toda su vida que su padre era un político que había abandonado la ciudad después del escándalo que monté al contárselo a todo el mundo. Jamás le diría que su padre era un pintor del que me había enamorado perdidamente y que me había traicionado‒ decía ella, volviendo a mostrar locura en su voz.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now