El secreto de Colibrí

502 70 23
                                    


Hola chicas, no he muerto. Pero he estado liadísima con el trabajo, llegando a casa tarde, y sin ganas de sentarme a traducir. Lo siento, pero yo nunca dejo una historia sin acabar. Iré más lento, pero acabaré esta y la otra.


No tenía sentido que Ingrid se acercara a la vieja casa, al menos no para Regina, quien se había quedado agónicamente callada, parada como un palo en el sitio. Nunca había escuchado su voz, nunca pensó que se fuera a ver en persona con la madre de Emma, y pensar en lo que ella quería le causaba terribles escalofríos. Tras el aviso dado, Regina hizo a la mujer esperar un poco más afuera, ¿qué debía hacer? No tenía elección a no ser verla entrar. Si ella no le abría, lo haría ella con la llave, así que no había sitio para el dilema. Regina se pasó una mano por la cabeza, alzándose un poco el flequillo, se miró en el espejo que había en el mueble que tenía al lado y se preguntó si iba a soportar aquello por Emma, porque no iba a decirle nada a Ingrid por su propia honra. En realidad, quizás ella sabía por qué Ingrid había ido a buscarla. Emma. La hija a la que tanto había ignorado. Y encima teniendo que enfrentarse a tantas coincidencias infelices entre ella y Daniel, seguro que quería que Regina le diera cuentas de toda esa historia.

Mills abrió la puerta y se encontró de cara con la madre de Emma, un hermoso par de ojos claros, los cabellos rubios cayendo sobre sus hombros y una sonrisa convencida. Ingrid dio un paso hacia delante, después entró en la casa donde había vivido un día, pasando por el lado de Regina sin pedir permiso alguno. No es que le faltara educación, sino que no sentía la necesidad de pedir permiso para entrar en una casa que una vez fue suya. Miró alrededor, miró hacia Regina por encima del hombro y le ofreció aquella sonrisa irónica otra vez. Obviamente era un desdén y Regina no sabía hasta qué punto iba a dejar que Ingrid se riera de ella de aquella manera.

Ingrid echó a caminar por la casa, observó las estancias de la planta baja, puso expresiones de alguien exigente, cínica como era, no tenía derecho alguno sobre lo que ella pensaba que era suyo, aunque quería mostrar lo contrario con su soberbia apariencia.

Se detuvo en medio de la sala, se puso a observar una foto de su madre en un portarretrato, incluso lo cogió y lo acarició. Por un repentino momento sus ojos ardieron. Dejó la foto en el mueble donde la había encontrado y cogió la que estaba al lado. Emma cuando tenía 12 años. La hija tenía los cabellos dorados como los de ella, sonreía para la foto con tanta inocencia que incluso daba pena. Ingrid se giró con el portarretrato en la mano.

‒ ¿Hermosa, no cree? Emma siempre fue muy bonita‒ miró a Regina, después la foto de nuevo ‒ Por más que se parezca a mí, tenemos pocas semejanzas. No sé si me gustaría que tuviera los mismos ojos y la misma manera de andar, pero me gustaría que nos pareciéramos en más detalles. Emma ahora es tan sosa, tan boba, tontita...‒ suavizó el tono de voz, mientras dejaba la foto en el mueble, empinó la nariz mirando a la escritora, y esa pose la morena sí que la reconoció ‒ Siento pena por mi hija, aunque usted piensa lo contrario, ¿no es verdad? Pero la siento. ¡Vaya que sí la siento!‒ asentía muchas veces seguidas ‒ Emma debería haber aprendido a ser más inteligente, a ser menos dependiente. Porque si fuera así, jamás habría estado de acuerdo en vivir esta aventura que tienen las dos dentro de mi casa. Si Emma fuera inteligente, jamás habría caído en su palabrería, jamás habría aceptado ser la amante de una mujer casada, el objeto de una traición sin piedad. ¿No siente vergüenza en usar a mi hija para satisfacer sus deseos perversos, Regina?

Mills cerró los ojos, respiró hondo. Con los brazos cruzados y con un pie golpeando el suelo, signo de inquietud, intentaba no decir lo primero que le venía a la mente, ¿para qué exaltarse cuando podía solo ser paciente?

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now