La última carta

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En los días previos al juicio de Ingrid, Emma estaba pasando por la ingrata tarea de prepararse para su testimonio contra la madre. Desde que había decidido testificar contra Ingrid, no había momento en que no imaginara la escena: ella sentado en el banquillo de los testigos siendo obligada a encarar a Ingrid a distancia. Pero mirar a la madre a los ojos no sería tan destructivo como recordar la forma en que había encontrado el cuerpo de Daniel la mañana siguiente al crimen. Emma se juraba a sí misma que controlaría sus emociones, no iba a llorar, no iba a sufrir con los recuerdos, no iba a olvidar el motivo por el que estaría sentada delante del tribunal.

El fiscal Walsh, llegado de la capital, estuvo una hora pasándole las últimas instrucciones. Lo que podía y lo que no debía hacer cuando la interrogaran.

Emma se sentía segura con los consejos del abogado, parecía un hombre que se indignaba con crímenes brutales y dispuesto a meter a su madre en la cárcel tanto como ella misma. Sin embargo, solo su impresión no era suficiente para poner fin a Ingrid y a su vida de libertinaje y crímenes contra la buena fe de los habitantes de Mary Way Village. Walsh venía de otros dos casos muy serios que habían acabado con condenas de prisión perpetua, defendiendo a la policía del estado. Si existía alguien más competente que él, Emma no lo conocía. Había una serie de preguntas que la muchacha quería hacerle al hombre, pero la respuesta principal ella solo la conocería en el momento de la sentencia. Si su madre era culpable o no, si quedaría libre o sería encarcelada. Nunca, en tan poco espacio de tiempo, se había sentido tan insegura.

‒ Estaría bien que se fijara en algunos puntos muy habituales en juicios de esta clase, srta. Swan. El abogado de la defensa le pedirá a su cliente que actúe, así que prepárese para ver escenas de telenovelas‒ decía el hombre, sentándose por tercera vez en el sofá de la sala de Emma.

‒ No creo que para ella sea muy difícil‒ comentó Emma, juntando sus manos en el regazo tras un suspiro.

‒ Él tiene que enseñarle cómo tiene que comportarse, cómo entrar en el tribunal, cómo sentarse, cómo mantener una postura ajena y abatida para causar emoción en el jurado. Es en esa línea en que se trabaja para beneficiar a los acusados. Al contrario de lo que hablamos ahora, el abogado de la defensa quiere causar buena impresión mientras nosotros queremos desmontar esa imagen‒ completó el hombre.

Regina, sentada atrás, en una silla, reflexionaba.

‒ ¿Pero no sería ilegal instruir al acusado hacia un comportamiento de ese tipo?

‒ ¿Se refiere a la manera en que puede meterse al jurado en el bolsillo? En realidad, no sería ilegal, el jurado es enseñado para percibir cualquier comportamiento diferente del acusado.

‒ De verdad espero que se den cuenta de que no es inocente‒ Emma no estaba segura ‒ Aunque haya pasado lo que imagino, ella tiene la culpa.

‒ ¿Qué ha imaginado? ‒ el fiscal preguntó compartiendo una mirada preocupada con Regina.

‒ Que Daniel puede, accidentalmente, haberse disparado a sí mismo‒ dijo Emma‒ Soñé con ello hace unas noches. Fue una coincidencia porque usted venía hoy. Me quedé pensando si era posible que hubiera sucedido algo imprevisto que ella no planificara, y si eso cambiaría la sentencia.

‒ Eso debe ser probado y si así fuera, hay muchas posibilidades de que la acusada fuera declarada inocente. Según las pruebas que ha ofrecido la policía, su madre tocó el arma, su madre estuvo en la escena del crimen debido a la cantidad de pruebas que apuntan hacia ella. Si, por casualidad, fue un accidente, la única declaración que puede salvarla es la de ella misma. Hasta ahora hay cinco personas dispuestas a testificar en contra de Ingrid Swan: los trabajadores de la mansión Colter, Belle y Graham, el Dr. Whale, el policía que se presentó en el lugar y usted‒ se giró hacia Regina ‒ ¿Usted está segura de su decisión de no testificar?

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora