El encuentro

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El lugar que Emma le había indicado quedaba lejos del centro de la ciudad. Un especie de recodo, parque, escondrijo detrás de un bosque, a orillas de un lago. Regina dejó el coche en las cercanías, cerca de una entrada entre dos inmensos árboles. Fue caminando por el sendero, rápido en un primer momento, después, al darse cuenta de que estaba demasiado ansiosa sin motivo, aminoró la marcha, dando pasos lentos y silenciosos, pero aún así hacía ruido con los tacones al aplastar las viejas hojas caídas de los árboles que sembraban el suelo. Pasó por delante de una pareja en medio del camino, pero ambos estaban tan enfrascado en risas y provocaciones típicas de los enamorados que ni fue notada. Llegó al lago y había algunas personas sentadas en el césped, pasando el tiempo sabe Dios en qué. Atravesó recto el sendero y entonces vio tres placas indicando tres direcciones diferentes: para un lado, el lago; para el otro, un claro y todo recto, el mirador.

Regina suspiró profundamente, pensando si debería continuar y encontrarse con la joven, su cabeza iba a mil, sin embargo el deseo de charlar con ella era mayor que todo y no conseguía esconderlo de sí misma. Siguió el camino recto y desapareció por el sendero. ¿Estaría Emma allí como había prometido? ¿De verdad estaba interesada en leer lo que escribía? Dejó los cuestionamientos de lado y siguió caminando sola por el camino, contando los pasos, con las manos metidas en los bolsillos del abrigo. Comenzó a pensar en Daniel, al que había dejado en casa, en su taller, pintando el panel para el museo que se lo había encargado. Había recibido la invitación de Emma temprano, cuando fue a buscar el correo al buzón. Regina alzó la mirada cuando se deparó con unas escaleras, era allí donde Emma estaría, en el mirador. Subió, y a cada escalón, su corazón parecía que se le iba a salir por la boca, pero casi se detuvo cuando puso el pie en el último escalón y vio a alguien, una persona parada, apoyada en el borde, de espaldas.

‒ ¿Emma?‒ llamó

Emma se giró asustada, pero sonrió, sonrió y cruzó el mirador para acercarse a la escritora.

‒ ¡Has venido!‒ dijo la joven ‒ Sabía que no ibas a decepcionarme

‒ ¿Por qué pensaste que no vendría?‒ Regina se sonrojó, terminando de poner los pies en el espacio donde estaba Emma y así se vieron cara a cara ‒ No soy el tipo de personas que falta a sus compromisos.

‒ No sé muy bien por qué‒ Emma rio de una manera dulce ‒ Tienes cara de ser una persona muy fuerte, pensé que a lo mejor no te iba a gustar la invitación.

La mujer la miró de arriba abajo, ropa de invierno, un abrigo con pelos en el cuello y en las mangas, pantalones vaqueros, tenis y en la cabeza un gorro con pompón rojo. Le quedaba bien. Hacía frío, aunque no estuviera lloviendo, un milagro en días como aquel.

‒ Pues te equivocaste‒ se encogió de hombros

Emma asintió, sonrió de forma traviesa y, de repente, la cogió de la mano y la acercó al extremo del mirador.

‒ Ven a ver. ¿No es hermosa la vista desde aquí?

En cuanto miraba hacia el paisaje, Regina no se dio cuenta, pero su mano y la de Emma estaban juntas sobre la piedra del mirador. La vista de la ciudad la dejó maravillada. No imaginaba que Mary Way Village desde arriba fuera tan bonita, apenas parecía aquella ciudad fantasma que vio cuando llegó hacía un mes.

‒ Esto es... Es hermoso‒ una sonrisa brotó espontánea en sus labios y Emma lo vio.

‒ ¿Ya te han dicho que estás muy bonita cuando sonríes?

Se miraron y Mills sintió de nuevo el corazón en la boca. Desvió la mirada y sacó de dentro del bolso unas hojas de papel.

‒ Lo he traído, solo para ti‒ se las enseñó a Emma quien las cogió enseguida.

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora