El lamento de Emma

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Ven, mi amor...Ven...‒ Regina decía, conduciendo a la muchacha hasta el sofá de la sala donde antes estaba sentada rezando.

El murmullo de la escritora no era suficiente para que Emma cogiera valor e irguiera la cara, mirara a la mujer y le pidiera un perdón innecesario, pero que ella creía que sí lo era. No quería abandonar aquel abrazo, no quería irse a ningún sitio. Las manos de Regina en su espalda la protegían, intentando reconfortarla. Entonces, Regina repitió

‒ Estoy aquí contigo, nada va a pasar.

Sin embargo, ya había pasado, y nada impedía que pensara en aquella infeliz coincidencia a la que la vida las había conducido. Emma ya no se preguntaba el porqué ni culpaba a su madre ni a su padre por haberla traído al mundo. Lloraba, empapando la blusa de Regina a la altura del hombro, escondiendo su rostro húmedo y ahora sonrojado, cansado. Cuando comenzó a hipar, Regina decidió sentarla y quizás fuera el momento para conversar, ella sabía todo lo que Emma tenía que echar para fuera. Finalmente, Emma aceptó sentarse en el sofá, pero no tenía valor alguno para mirar a la mujer que amaba. Sentía vergüenza, un sentimiento de culpa sin igual y la sensación de que lo había perdido todo, pero no era verdad.

‒ Perdón...‒ su voz salió tan baja que Regina no comprendió

‒ ¿Qué has dicho?

‒ Perdón‒ los ojos de Emma aún estaban clavados en un punto cualquiera de la sala. Regina la miró, tocó sus manos, parecían dos cubitos de hielo.

‒ ¿Perdón por qué?

La voz de Emma vaciló un poco.

‒ Por ser quién soy. Por ser la prueba viva de la traición de tu marido, porque es eso lo que soy ahora ‒ sollozó antes de continuar, parecía alguien sin aire. La respiración iba y venía, sollozaba y sus labios temblaban sin control ‒ Soy el fruto de una traición.

Regina estiró la mano hacia su rostro, con calma, limpió las muchas lágrimas que en él había, pero le fue imposible convencerla para que la mirara a los ojos.

‒ Tú no tienes culpa de nada‒ afirmó Regina

‒ Sí tengo‒ no se contuvo y volvió a echarse a llorar. Regina instintivamente la aferró, rodeó con sus brazos a la muchacha y besó sus cabellos.

‒ Tu madre y Daniel jamás se habrían imaginado que un día tú me conocerías. Yo jamás pude imaginar que ella fuera su amante, ¿entiendes, Emma? Por muy extraño que parezca, todo esto es una gran ironía del destino‒ su voz era tan serena que Emma tenía miedo de estar soñando.

Poco a poco la muchacha fue calmándose, dejando que las caricias de la morena fueran su medicina.

‒ Aún no sé si lo he entendido‒ confesó Emma en medio de otro sollozo ‒ ¿Cómo te enteraste tú?

Regina sabía que esa pregunta se la haría tarde o temprano. Con toda la calma, comenzó a explicarle lo que Belle le había contado. Las dudas de Emma ahora habían cesado. Mills resumió sus sentimientos contándole a Emma lo que había sentido y pasado todos los días encerrada con ella en aquella casa desde que se había enterado de aquella teoría. Además, recordaba las señales que veía en Emma, los rasgos semejantes a los de Daniel y necesitaba contarle lo aterrador que había sido percibir eso.

‒ Había momentos en que veía a Daniel en ti. No sabía cómo era posible que dos personas que no se conocían, que nunca se habían visto en la vida o tenido contacto se parecieran tanto. La forma en que a veces me mirabas, cómo agarrabas mis manos y mi cara. Tuve miedo de estar confundiendo mi amor por ti con el rencor que sentía hacia él. Nunca quise que fueras un objeto de mi venganza, de verdad, nunca quise vengarme de Daniel como tu madre sugirió cuando vino a hablar conmigo hoy. Si hubiera tenido una mente más astuta, como la de Belle, yo misma hubiera creado esa teoría, y te la habría contado.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now