Regalo adelantado

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Regina continuó por la avenida, sumergida en una única sensación de culpa, aunque todo en lo que hubiera fantaseado fuera una bonita visión de los labios de Emma sobre los suyos. Tan suaves, tan dulces y cálidos como un beso en una rosa roja. Pero siempre que se acordaba del beso imaginario, recordaba también que aquellos labios eran los de una muchacha de diecisiete años. Muy joven, muy viva, a pesar de la soledad tan clara, pero aún así era una muchacha mucho más joven que ella. ¿Quién se atrevería a sentir atracción por una niña? No, Emma no era una niña, era atrayente y quizás no fuera esa la palabra adecuada para definirla en su imaginación.

Regina agarró el volante, manteniendo el rumbo por la avenida, pero por un tris no chocó contra otro coche que venía en dirección opuesta, cuya exagerada bocina la trajo de vuelta y pudo desviar a tiempo antes de que ocurriera una tragedia. Detuvo el coche, jadeante y asustada. Las manos aún estaban en el volante, pero Regina no sabía qué la había asustado más, la perspectiva de Emma y ella o el hecho de casi haber estampado el coche.

Archie vio a Emma llegar en el coche de la Sra. Colter, su huésped de la semana anterior. Estaba cerca de la puerta del hotel cuando el coche se detuvo cerca de la acera y Emma bajó despidiéndose de la mujer. Lo encontró extraño, no sabía que ellas fueran tan cercanas. Por supuesto, él recordaba que Emma vivía en Blue Hill, y si no se equivocaba, la Sra. Colter Mills había alquilado una casa en la misma calle donde Emma vivía. Tenía sentido que las dos tuvieran contacto, pero jamás pensó que los nuevos moradores de la ciudad fueran a juntarse con la hija de Ingrid, su amor de juventud.

Justamente cuando Emma entró, él estaba echando un vistazo a las fichas de los huéspedes y no le fue difícil encontrar la del señor y señora Colter. La dirección que figuraba era Calle St. Barbara. En ese instante, Emma asustó a Archie adrede.

‒ ¿Puedo saber qué hay de tan interesante en esa ficha?‒ la muchacha se apoyaba en las manos, mirándolo desde el mostrador

‒ Nada. Tengo que comprobar la información de los huéspedes para hacer un balance – dijo, volviendo a colocar la ficha en su lugar.

‒ Puede que tengas una buena excusa, pero no me engañas

Archie empujó la caja de las fichas y miró a Emma de forma inquisidora

‒ ¿Qué te podría estar escondiendo?

‒ Sé que era la ficha de la Sra. Mills, confiesa

Archie se sintió avergonzado. Se colocó las gafas bien en su sitio.

‒ ¿Cómo puedes estar tan segura?

‒ Yo misma la cogí hace unos días, hice una marca en ella

‒ ¿Y para qué hiciste eso?

‒ La Sra. Mills se dejó olvidado algo en el cuarto. Quise devolvérselo, pero antes necesitaba saber dónde vivía.

El dueño del hotel salió de detrás del mostrador.

‒ Y descubriste que esa señora vivía en la misma calle tuya. ¿Qué le devolviste?

‒ No se lo devolví, y ¿sabes una cosa? No es asunto tuyo‒ se encogió de hombros

Él puso una cara nada agradable y entró para ir a buscar el cubo, la escoba y el paño para que Emma comenzara su trabajo. Se lo puso delante de ella y se lo señaló.

‒ Te gusta hacerte pasar por alguien listo, Emma, solo espero que en el cuarto que limpies hoy no encuentres nada. Si lo haces, me lo das a mí, que yo buscaré a su dueño, en caso contrario, estás despedida‒ empujó el cubo hacia ella.

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora