Después del placer

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‒ Eres tú...Sabía que eras tú...Siempre te esperé...

Un susurro, suspiro que resonó alejado como el viento. Regina estaba entrando en un sueño profundo y eso fue lo último que escuchó de Emma. La oscuridad que envolvía su mente se convirtió en un dulce recuerdo de lo que habían compartido. Besos, abrazos, mordiscos, caricias y gemidos. Todo en una perfecta armonía.

Hubo un momento en que detuvieron los besos y se miraron, y lo repitieron varias veces a lo largo de la noche. Emma y sus faros verdes, su boca y su sonrisa de muchacha arrebatada por la lujuria, y Regina era, en cierta manera, la culpable por corromperla. Más tarde, la joven se recostaba sobre sus pechos y susurró algo parecido a una súplica que Regina entendió como una petición para que no se marchara. La mujer tuvo mucho cuidado para dejar a Emma echada en un lado de la cama y se levantó, mientras observaba cómo la joven se soltaba, delicada, suave, cayendo sobre el colchón en una pose que haría enloquecer a cualquier pintor. En ese momento recordó a Daniel y las diferentes tentativas de él por convencerla para que posara desnuda. Regina nunca había aceptado aquella tonta idea, pero ahora entendía lo que un artista veía en el cuerpo de las mujeres, las malditas hermosas curvas.

Anduvo por el cuarto, vio el sendero de ropas esparcidas por el suelo, y tuvo que cazar prenda a prenda hasta llegar al abrigo y buscar el paquete de cigarros del bolsillo interior, pero no encontró nada a no ser las llaves del Playmouth. Regina miró alrededor. Quizás aquel paquete de cigarrillos se había caído cuando se habían desvestido, pero no estaba ni en el suelo ni entre las ropas de Emma. Entonces, por casualidad sus ojos fueron a parar en el tocador, en la esquina de la habitación. Se dejó guiar por la curiosidad de ver los objetos que allí había, y lo que vio le resultó vagamente familiar. En el espejo, la hoja en que ella había descrito a Emma colgaba en un lado, sujeta entre el cristal y la madera del marco, y Regina leyó lo que ya había escrito. Desde allí podía ver el reflejo de la joven, desnuda y solitaria en su propia cama, durmiendo un sueño tranquilo. Quizás fuera el momento de describir a Emma de nuevo, ahora hablando sobre su cuerpo, sus prietos pechos, la línea del abdomen y la suavidad de sus piernas, o mejor, de sus muslos rozando en sus orejas cuando ella la degustaba.

Regina volvió a soltar las ropas y regresó a la cama, libre de cualquier pensamiento contradictorio. Se subió en el colchón y tiró hacia arriba las desordenadas sábanas. Mientras la tela caía sobre ellas, la mujer notaba cómo el olor húmedo a sexo fllotaba en el aire, sin embargo no provenía de Emma, sino de ella misma. Estaba excitada de nuevo. Los cuerpos encajaron: muslos entre los muslos, piernas, sus pechos pegados contra su espalda, la nariz y los cabellos castaños desperdigados, su intimidad y las nalgas.

Todo se oscureció de nuevo por segunda vez, hasta que sintió un insistente hormigueo, placentero, traerla de vuelta. Venía de allí abajo, del centro. Alguien la había cambiado de posición en la cama, Emma ya no estaba delante de ella, estaba sola por lo que sentía, pero no como imaginaba. Estaba casi boca abajo. Su espalda había sido marcada, pues le ardía como si unas uñas le hubiesen arañado toda la piel. De repente, sintió que el cuerpo respondía al estímulo, una sensación placentera en su intimidad. Gimió con fuerza, "Ahm", seguido de una sonrisa nerviosa, de quien comprendía ahora lo que estaba pasando.

Emma había encontrado una cómoda posición entre sus piernas y se había metido por debajo del muslo derecho de Regina, deslizando sus manos abiertas desde la pantorrilla hasta la suavidad de las nalgas. Se precipitó con la boca, invadiéndola con la lengua. Besaba los carnosos labios de la vagina de Regina con felinas lamidas. Obediente, se abalanzaba contra el centro de la mujer, mientras su nariz delicada aspiraba cada aroma de mujer que la morena exhalaba. La lengua corría, suelta, desde el perineo hasta el botón inquieto, solo para rehacer el camino, sedienta de Regina.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now