Promesas no hechas

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Pasaban de las ocho cuando Regina dejó la mansión y se encaminó hacia la casa de Emma. La muchacha encendía un par de velas en los candelabros de dos brazos que había heredado de la abuela. Había preparado la cena para ella y Regina, con la esperanza incansable de que la mujer apareciera esa noche como había dicho. Estaba moviendo el fósforo entre los dedos para apagar la llama cuando el ruido del timbre la asustó, su corazón se le subió a la boca, estaba segura de que era Regina. Emma corrió hacia la puerta y vio a quien quería, trémula, como si estuviera asustada, pero era el efecto del frío que comenzaba a acortar la noche para las dos mujeres.

Regina había tomado una ducha antes de salir de la casa, se había puesto algo cálido, aunque parecía que de nada había servido en el momento en que pisó la calle. Los cabellos estaban debidamente peinados hacia atrás y el maquillaje delineando los ojos daban un no sé qué más femenino a la expresión de la escritora.

Se sonrieron a la vez y Emma atrajo a Regina hacia dentro con prisa y miedo de ser descubiertas. Cerró la puerta y acarició los brazos de la mujer, palpándola con desespero. Por otro lado, Regina también le acariciaba el rostro, cuello y hombros. Se estaban reconociendo, o al menos intentando comprobar que de verdad eran la una para la otra, como si el corazón aún desconfiara de los latidos demasiado acelerados cuando se veían.

Emma fue la primera en hablar con emoción, los ojos acuosos, a punto de desahogarse en felicidad.

‒ No sé por qué, pero tuve miedo de que no cumplieras tu promesa de venir a verme hoy. Creo que tuve miedo de que huyeras como habías planeado, te vi tan asustada hoy por la mañana, como nunca antes.

La mujer tragó en seco, pero ya se permitía llorar. La boca temblaba en un intento de sonreír.

‒ No me marcharía sin ti...‒ apretó la mano de la muchacha entre las suyas ‒ Vamos a mantener lo que está sucediendo entre nosotras aquí, no vamos a huir de momento.

‒ Un día dejaré Mary Way Village, espero que sea contigo, y estoy feliz de que hayas pensado en lo que dije‒ Emma no pidió permiso para abrazar a la mujer, apenas lo hizo como si la vida dependiera de eso. Enjugó las lágrimas oscuras que resbalaban de sus ojos y comprendió aquella emoción genuina de Regina como nadie ‒ He hecho la cena‒ apuntó a la mesa ‒ ¿Te gustan los macarrones? Es mi especialidad.

Regina tomó aire, sorprendida y contenta, observando cada detalle sobre la mesa de comedor. Tuvo un buen sentimiento, algo que la hacía sentirse segura con la muchacha.

Cenaron relativamente rápido para tener el resto del tiempo para conversar e intercambiar caricias cuando el vino hubiera hecho efecto. Emma consiguió otra botella como la que tenía cuando había invitado al sr. Gold a unos macarrones, aunque con un ingrediente de más. Esta vez, había colocado un nuevo ingrediente, sí, cuyo nombre estaba aprendiendo al mirar a Regina mientras se limpiaba con una servilleta y bebía lo que le quedaba en la copa. Amor. Miraba a la mujer, apoyada en sus codos, como si estuviera viendo un hermoso romance desde un sitio privilegiado. La de más edad intercambiaba miradas con ella, aún callada, quizás creando una poesía improvisada para recitarle a la joven, pero era muy difícil poner en palabras los sentimientos que bullían en su interior.

‒ Un delicia‒ dijo Regina tras el último trago del vino, mirando de soslayo a Emma.

‒ Sí, una delicia, y hermosa

‒ Sí, estaba muy bien de verdad, supiste presentar bien el plato. ¿Ya has pensando en trabajar como cocinera?‒ Regina dejó la copa vacía sobre la mesa, deslizando la lengua por los labios para limpiarse cualquier vestigio de la bebida, pero no era sobre los macarrones que Emma hablaba.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now