Sin salida

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Era como si todas sus energías hubiesen sido succionadas de su alma y el cuerpo pidiera silencio; Regina pisó la antigua casa de la familia Swan donde estaba hospedada, cerró la puerta, se dirigió a la sala, se echó en el sofá y miró hacia el techo, pero el cansancio pudo más que ella y al momento se quedó dormida. No supo decir cuánto tiempo durmió, y solo se despertó porque soñó con Ingrid caminando por las calles de la ciudad con la barriga enorme, embarazada de Emma. La sala estaba intacta e incómodamente silenciosa. No había oscurecido. Emma no había vuelto. Menos mal, pensó la escritora. Regina se mantuvo echada, con un cojín por almohada, pensando en aquella historia bien creada por Belle, que algún día, con algunos reparos, podría perfectamente convertirse en libro. Pero esa historia podría convertirse en una cruel realidad para dos personas.

Regina solo podía pensar en Emma, en cómo se quedaría, en cómo reaccionaría si de verdad su padre fuera Daniel. Pensaba en la suerte de la muchacha por tener una madre como Ingrid, una mujer tan ruin y egoísta que se había olvidado de la propia hija; y Daniel, una de las personas más cínicas que había conocido. Emma, de verdad, no tenía suerte, había sufrido desde joven con la ausencia de la madre y el juicio de los habitantes de Mary Way Village. ¿Por qué diablos tenía que ser de aquella manera? ¿Por qué tenía ella que sufrir de esa manera? Si Daniel fuera su padre, ¿cómo habría sido eso posible? ¿Cómo llegó a casarse con el hombre que ha hecho a ese ser maravilloso de quien se ha enamorado perdidamente y que ahora significaba todo en su vida? Más que coincidencia, el destino ha cumplido en unir a dos personas ajenas a la desconocida verdad.

Si Emma no hubiera nacido, si fuera otra persona, una joven completamente diferente a la que Regina conocía, jamás estarían juntas. Regina jamás la habría descrito si fuera otra. Su cabeza no podía aceptar aquella historia. Ingrid, amante de Daniel, madre de Emma; Daniel, el traidor, padre de Emma; Emma, la niña mujer, el amor de su vida. ¿Y si le hubiera pasado a ella? ¿Si hubiera quedado embarazada de Daniel? La traición no le dolía tanto como el hecho de que Emma fuera su hija. Y entonces pensó que quizás tenía que vivir amargada, traicionada y que Daniel precisaba también ser el padre de la muchacha, aunque parecía insoportable soportar la ironía en la que la vida las había colocado. Estaba sufriendo, llorando en silencio, sola en el sofá de la sala cuando Emma aparcó el escarabajo en el garaje de la casa, apenas tuvo tiempo en limpiarse los ojos cuando escuchó el ruido.

La muchacha entró por la puerta del pasillo y encontró a la amada acostada con las manos en la cara como si estuviera restregándose el rostro después de un sueño profundo.

‒ Hola‒ dijo ella, dejando el llavero en un gancho de la pared. Tras eso se quitó el abrigo que llevaba encima de una blusa de manga larga.

‒ Hola‒ dijo Regina inmediatamente y Emma pudo percibir el maquillaje corrido en sus ojos, gran evidencia de que había llorado.

‒ ¿Qué ocurre? ¿Qué ha pasado?‒ Emma se dirigió al sofá y se arrodilló a la altura del rostro de Regina.

‒ Nada importante. Me eché un sueñecito cuando llegué‒ Regina habló con voz ronca

‒ ¿Estás segura?

‒ Sí, mi amor

‒ Entonces, ¿por qué estabas llorando?

Mills sonrió dulcemente, aunque al mismo tiempo de forma temblorosa.

‒ Porque soy una tonta y estaba feliz pensando en ti.

‒ ¿Cómo fue todo en la mansión?‒ Emma no creyó mucho en las palabras de la escritora, cogió su mano posada sobre el estómago y la unió a la de ella.

‒ Daniel me llamó para firmar el divorcio. Finalmente estoy libre de él‒ a pesar de hablar lo imprescindible, Regina transmitía extrema tranquilidad en su voz en ese momento.

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora