Recaída

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Llovió la madrugada entera, como si al acabar la tempestad todo fuera a tener sentido. Emma veía el brillo de los relámpagos iluminando la ventana y la cortina mientras intentaba no pensar en el futuro. Regina se había quedado dormida después de pegar la cabeza en la almohada, cansada del corto viaje hasta el motel y de la noche mal dormida. Atenta a ella, la muchacha sentía cómo el corazón se le disparaba cada vez que recordaba la conversación que habían mantenido poco antes. Había decidido volver a Mary Way Village, buscar a su madre y decirle las cosas que hacía años que tenía guardadas en su garganta. Sabía que no servía de nada pensar más en las mentiras y ofensas de Ingrid, debía ser fuerte, no tenía miedo de ella como le dijo a Regina. Y la mayor de las razones para enfrentar a la madre estaba durmiendo bien a su lado, no tan calma, pero tampoco tensa como estaba cuando fue a buscarla a la casa. Emma entendió a Regina y su buena intención de desaparecer, pero algo no estaba bien, como si tuviera una deuda que tratar con Ingrid. Prefería no ser tan orgullosa, o infantil, para encogerse de hombros y seguir la vida que la escritora le había prometido, pero nunca se perdonaría ser una cobarde. "Perdóname, mi amor, ya no quiero ser una tonta", dijo bajito, para no despertar a Regina.

Fuera caía una estruendosa tormenta, pero ni así Regina se despertó. La mano de Emma, en el aire, se paseaba por la silueta femenina, y se posó delicadamente en la cintura, donde un brazo invitaba a ser abrazado por el de ella. Emma se unió al cuerpo de la mujer con absoluto cuidado, desde atrás, e inhaló el perfume del hombro, aquella curva entre la clavícula y el cuello. Su boca resbaló por la blanca piel de la mujer, un detalle que incluso en la oscuridad de la habitación, Emma percibía. Ella solo quería que Regina supiera cuán importante era y lo que sentía. Nada sería en vano por la escritora, no importaba cuánto sufriera.

‒ Te amo. No sé qué sería de mí si no hubieras llegado a mi vida‒ Emma susurraba sabiendo que al estar tan cerca podría despertar a Regina, pero el sueño era pesado y Regina sentiría las palabras de Emma como un sueño ‒ He esperado por ti mi vida entera. No me dejes...Ámame...Quédate conmigo...Soy tuya y de nadie más.

Regina sonrió dormida, encontró el cariño de Emma y se anidó inconscientemente a ella, entendiendo todo lo dicho. La muchacha sabía que ella estaba soñando. Continuó diciendo cosas bonitas, dio color al sueño de la mujer, y al final añadió una idea osada.

‒ Cuando estemos lejos de todos, solo nosotras dos, creando historias de amor sobre nuestro amor, voy a pedir que te cases conmigo‒ se imaginó vestida de novia, y a ella esperándola en un altar improvisado en las arenas de una playa desierta. Era una delicia pensar en el resto de la vida siendo de Regina, viviendo momentos inolvidables. Emma ansiaba por estos momentos, sin embargo antes de compartir tanto con la mujer de su vida, no podía olvidarse de las personas de su pasado. Ingrid había vuelto a buscarla, entonces pensó de nuevo en toda la conversación de horas atrás con Regina. Se agarró a la mujer dormida y cerró los ojos, escuchando la lluvia fuera, intentando no dejarse llevar por las emociones.

Una hora más tarde, finalmente llegó el sueño.

Se despertaron antes de las diez de la mañana. Se cambiaron de ropa, guardaron sus pertenencias en el maletero del escarabajo y desayunaron no lejos de allí, haciendo una parada en la carretera. Antes de continuar con el viaje de regreso a Mary Way, Emma pidió chocolate caliente para llevar y dos vasos grandes para ella y Regina, mientras la mujer la esperaba apoyada en el capó del escarabajo amarillo. Al acercarse despacio y en silencio le dio un pequeño susto a la morena.

‒ ¡Bu!‒ extendió el vaso a la mujer ‒ ¿Le debes algo a alguien, sra. Mills?‒ bromeó dando un sorbo de la bebida, pero no le gustó nada el sabor e hizo una mueca con la boca.

Íntimamente EmmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora