El fantasma de negro

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Hacía un mes que la rutina de Emma se resumía en despertarse con el seductor aroma del desayuno. Abría los ojos antes de que el frío la hiciera quedarme más en la cama, tocaba el lado derecho de esta y no sentía el cuerpo de Regina junto al suyo. Entonces, recordaba que de una forma o de otra acababa siendo despertada por esa mujer, de forma distintas, pero aún así deliciosas. Con la alegría palpitando en su pecho y en sus pies descendía las escaleras y se encontraba con ella, hermosa, fragante, perfecta. Abría los brazos y saltaba a los de la mujer, pensando en cómo era posible estar tan guapa a esa hora de la mañana. ¿Cuál era el hechizo que le proporcionaba a ella aquel brillo en sus dientes y el blanco de sus ojos? Que le enseñara a Emma el truco, aunque quizás el truco fuera algo sencillo como la felicidad.

Y la escena se repitió treinta veces. Emma sentía su rostro rozando el de la amada, sus brazos apretando su cuerpo y su boca ofreciendo un beso sereno a la de ella. En ese momento sus ojos se cerraban y las lenguas tardaban un minuto en sentirse satisfechas con el beso. Frente con frente, los ojos mirándose fijamente, las sonrisas. Allí, en aquel momento, no había quién las separase, ni aunque quisieran.

‒ Buenos días‒ susurró Regina

‒ Buenos días‒ respondió Emma ‒ Sentí el olor desde arriba. ¿Qué has hecho hoy?

‒ Velo tú misma‒ la mujer le señaló a Emma la mesa del desayuno, en realidad, no había tanta diferencia con lo que estaba acostumbrada a saborear todos los días.

‒ ¿De dónde sacaste tus dotes culinarias?

Se acercaron juntas a la mesa.

‒ No soy tan mala cocinera como piensas, incluso puedo salir adelante cuando quiero. Siéntate y aprovecha‒ Regina deslizó sus manos por los hombros de la muchacha, acomodándola en la silla, y enseguida se sentó frente a ella.

Emma estaba tan absorta en el momento que le costó darse cuenta de una diferencia en la rutina. Miraba las galletas, los huevos revueltos y el zumo pensando lo que comería primero, sin embargo alzó los ojos hacia Regina y notó que estaba vestida para salir. Se había bañado también, sus cabellos estaban húmedos y peinados hacia atrás. ¿Por qué tardó tanto en darse cuenta de ese detalle?

‒ Hey, ¿a dónde vas?‒ la muchacha no iba a tocar nada hasta no tener su respuesta.

‒ Al centro, tengo que tratar un asunto importante.

‒ ¿Asunto importante? ¿Puedo saber cuál?

Los ojos de la muchacha estaban iluminados y curiosos en demasía como para que Regina revelara lo que tenía en mente. No lo haría, pues estropearía la sorpresa.

‒ No es nada, mi amor, asuntos burocráticos con relación a los libros, algo que de momento no entiendes.

‒ No me llames tonta‒ Emma pellizcó la piel de la mano de Regina posada sobre la mesa

‒ Claro que no estoy haciendo eso, querida, es solo un asunto aburrido. Será rápido, cuando tú regreses yo ya estaré aquí, esperándote‒ Regina dio un buche al zumo. Intento fallido de disimular.

‒ No me creo mucho ese asunto de burocracia. Mira que si me estás engañando para salir detrás de algún regalo para mí, vas a ver lo que voy a hacer.

Regina sonrió, estirando la mano hacia una mejilla de Emma.

‒ Tienes razón. Para qué mentir, ¿no? No voy a resolver nada sobre los libros, pero voy a resolver un problema que se llama coche. Necesito un coche nuevo, aunque sea alquilado. El Playmouth lo tiene Daniel ahora y bajar por las calles hasta el centro no me parece cómodo.

Íntimamente EmmaWhere stories live. Discover now