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El bosque seguía igual como la última vez que estuve entre su entorno. Camino de hojas secas, marrón y doradas por la iluminación que se colaba entre las ramas. Sin vida, pero más vivas que yo.

Por mucho tiempo planeando y eran mil ideas que revoloteaban como fuegos artificiales en pleno fin de año. Había millones de formas. Es cierto que cualquier ser humano normal alguna vez se ha preguntado cómo podría acabar. De seguro y casi siempre su anhelo es disfrutar largos años, y si fuera posible en algún caso, una eternidad.

Todos venimos sin pedirlo, por muy planeada que tengan tu llegada, nunca tendrías elección de tu parte. Pero la muerte, es quizá lo único de la vida que se puede elegir. Cómo, dónde y cuando, sin importar el por qué. Dejando de lado la impotencia que provoca la resignación, se llega a ese punto y no hay elección. No hay vuelta atrás cuando has decidido, cuando quieres morir.

Ya no es lo mismo salir al parque, las conversaciones, los lugares que te marcaron alguna vez. Ya nada será igual. Toca fingir la mayoría de las veces y solo podrías ser tu mismo en el silencio de la soledad. Mientras en lo interno mueres desangrado por las emociones que asaltan y aterran, afuera se debería mostrar vida, porque estás existiendo y de eso se trata.

Me detengo a escuchar el canto de los pájaros, algunos reconozco. Un Yigüirro suena melodioso. Aun suspirar duele. Continúo mi camino, creo estar llegando, pero tropiezo. Mamá Emilia me sostiene por el brazo izquierdo. Le rogué con todas mis fuerzas que no viniera, igualmente ninguna de mis insistencias pudieron detorrotarla, ella quería estar presente.

El paladar me sabe amargo, pero no es tan amargo como lo que he sosportado por meses. Emilia me indica con la mirada si quiero descansar un momento, me niego y hago un enorme esfuerzo por proseguir. Doy pasos lentos, casi robóticos, lo último que quiero es no tener el tiempo suficiente para llegar.

Mamá llora en silencio, no había notado, puede que yo también lo haga. Ambos sabemos que es inevitable, la única forma es aceptar lo porvenir.

No se siente como debería, si esta era la solución no hay ninguna salida. Espero llegar al árbol, el roble que estuvo para indicarme un camino.

¿Y si hubiera una forma de quedarme? Siendo yo mismo otra vez.  Como el día que naces sin saber que has nacido, entonces valdría la pena desear otra vida.

Estamos llegando. Respiro estrecortado, escucho el gimoteo de mi madre mezclado con el silvar del viento, el canto de pájaros, el regocijo de los árboles, el olor al pasto, su color verde, el roble, sus ramas y la epifanía del atardecer.

En un atardecerWhere stories live. Discover now