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Ya no había mucha gente, pero espere se fueran los que estaban ahí cerca.
La noche empezaba a abrirse paso, el momento justo para terminar.
Crucé al otro lado, me sostenía de una barilla de hierro que pasaba por encima del muro, me quedé ahí en sosiego como si ya durmiera para siempre.
Cerré los ojos para la solemne acción, visualicé de repente el rostro de mi madre.
¿Acaso su amor era suficiente para detenerme?.
El caso es que no estaba seguro de lo que ella pudiera sentir, pero yo sí la amaba, tal vez mucho como para dejarla tranquila sin mí.
Sentí una mano sobre mi hombro derecho, volví a mirar de inmediato.
—Hijo...
Un hombre anciano, estaba parado junto a mí del otro lado.
—¿Qué sucede?—Preguntó.
—Es mi problema.—dije arrogante.
Miré hacia el extremo del cielo, las nubes vestidas de gala, elegantes y la radiante luz que se escondía cada vez.
—Me importa, no lo hagas, tienes una vida por delante...
—No tengo una vida—interrumpí—nunca he vívido.
Me agarró fuerte del brazo.
—Eres joven, lo que sea se puede arreglar todavía, en la muerte ya no hay solución a nada.
Estaba intranquilo, un nudo se atravesó en mi garganta y un sentimiento de autolástima afloró en mi alma
—Debes tener familia que te espera en casa, sufrirían si lo hicieras.
—Solo mi madre—dije con una lágrima—estará mejor.
—No, no digas eso, ven.
—Tengo que hacerlo.
—Puede que mañana sea diferente.
—¡NO!—le grité—no lo será.
Intenté jalar el brazo para que me soltara, pero se asió de mí aún más fuerte.
—No, ven... de seguro que tienes un propósito...
—¿Qué?
Me sorprendieron sus palabras.
Perplejo y frío de emociones, me relajé y comencé a seder.
—Vive, quédate y averigualo...
Confundido una vez más, crucé al otro lado...
Miré hacia el atardecer que casi desaparecía y volví a ver al hombre pero este ya no estaba.

En un atardecerWhere stories live. Discover now