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Entré al bosque caminando entre árboles y sobre hojas secas, pasando un arroyo llegué a un campo abierto cubierto de césped muy verde vibrante.
Ahí tendí la manta y me senté a tomar la soda, la cual estaba tibia y sin sabor, era lógico ya que tenía unos meses de estar congelada y al sacarla le agregué agua para que la fusión fuera más rápida.
Algunos minutos más tarde saqué la soga, no sé donde fue que la encontré, pero me parecía una opción bastante abrumante y a la vez gentil para utilizar, así que solo me quedaba escoger un árbol.

Un sicómoro muy frondoso o un laurel delgado, subí mejor a un roble, pensé que era un árbol muy fuerte y seguro.
El sol estaba a punto de arrullarse entre unas colinas, subía con cautela, si moría sería a mi manera. Los rayos solares me iluminaban el rostro y apagaban mi vista, así que iría hasta la cima donde pudiera rivalizarlos.
Me sostuve entre las ramas y amarre la soga en el tronco mientras encontraba el sitio correcto.

La luz de la tarde rebasó mis emblemas depresivos, miré desde lo alto, las nubes bordadas de oro, vestidas de naranja elegante y el sol que se escondía con esplendor. Era el paraíso, o quién sabe como lo llaman a eso indescifrable que alguna vez viste.
Subí un poco más, olvidé a qué iba, solo contemplar y contemplar, solo contemplar.
Dicen que es la atmósfera la responsable de tal obra, y al parecer más que eso, creo que fue un pintor muy creativo al cual no había tenido el honor de conocer.
Inconcebible, majestuoso, había escuchado del atardecer, pero nunca estuve tan cerca, es como si entrase de repente a un mundo quimérico.

En un atardecerWhere stories live. Discover now