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Entré al bosque la siguiente tarde, me sentía devastado, no encontraba la paz, como si solo fuera piezas muy rotas flotando en este insignificante mundo.
Todos eran mejores, yo una sustancia que acabó apareciendo de forma accidental.
Nada me parecía tan interesante o valioso para atesorar.
Yo no era valioso.
Tenía a mi madre, siempre la llamé Emilia por razones que yo no sé, pero sentía más bien que yo estorbaba su vivir y que mi ausencia sería mejor para todos.
Y en medio de aquella guerra mental, descubrí el silencio, ni siquiera un pájaro, nada en absoluto.
La luz del sol iluminaba las copas de los árboles y había un olor agradable en el aire, muy fresco.
Me senté en medio del bosque y cerré mis ojos para apreciar el sonido de la nada, exhalar el oxígeno puro y disfrutarlo.
Comencé a escuchar sólo mi corazón, saltaba en mi pecho bombeando a cada segundo la sangre, "él tenía un propósito, una función y era importante, no se detenía" fue lo que pensé.
Pero luego me envolvió la nostalgia y la melancolía, tuve que levantarme y proseguir.

Subí a aquel árbol por tercera vez, solté la soga, la sostuve en mis manos mientras algo se atravesaba en mi estómago.

En un atardecerWhere stories live. Discover now