CAPÍTULO 8: Fantasmas.

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Estaba paralizada en el tiempo, como una estatua de piedra, frente al atuendo que Gemma había escogido para mí. Lo observaba, debatiendo si debía usarlo o tal vez escapar a casa y ponerme mi pijama de margaritas. Pero la verdad es que no tenía mucha opción, me sentía ridícula con la seda rosa que rozaba mi piel. Sobre la cama en la cual había despertado, mi amiga había extendido una remera de color ámbar con la misma insignia que la guardia real llevaba bordada en hilo de oro. Una inusual pero perfecta triqueta, justo encima del corazón. Además, había sumado a mi conjunto un pantalón negro bastante ajustado usado aparentemente para entrenamiento y unas botas negras un poco desgastadas en las suelas. Tenían un pequeño taco que supuse que en algún momento del día me haría caer. Mis tobillos no estaban acostumbrados a esa falsa altura.

Nunca me había sentido tan inferior y grotesca como en el momento que un grupo de muchachas jóvenes entraron acompañadas de mi mejor amiga. En una sola fila, caminando pulcramente una detrás de la otra, sin siquiera levantar sus miradas del suelo. Su belleza golpeándome como una cachetada de realidad.

—Sirvientas del palacio. —me había susurrado Gemma al oído.

La agitación de las sirvientas por la presencia de Eamon era palpable en el aire. Tan sólida como la madera bajo mis pies. Una ola de celos cruzo por mi cuerpo y endureció mis músculos. Sin embargo, no podía negar que mi vecino poseía esa clase de belleza que era digna de atención en cualquier lugar en el que se encontrara.

Sin embargo, ellas no tenían nada que envidiarle. Las jóvenes eran hermosas, criaturas exquisitas como nunca había visto. Una cascada de cabello sedoso caía por su espalda, donde en lo alto de su cabeza descansaba una media coleta con un prendedor dorado igual a la triqueta que tenían los demás onpices en sus uniformes. Mi piel comenzaba a picarme justo encima del codo, cuando percibía que algo estaba fuera de lugar, y de acuerdo con la belleza tentadora de las sirvientas algo me indicaba que ellas no eran onpices. Si no otro tipo de ser, de rasgos más complejos. O tal vez eran ángeles. Todo en esta nueva realidad me parecía aún más difícil de asimilar, así que la línea entre la verdad y lo imaginario era muy fina. Ellas iban de pies a cabeza, de un blanco inmaculado y puro. Sus dedos durmiendo detrás de su espalda, esperando las indicaciones de Gemma. Todas posaron aquellos ojos de color miel sobre mi piel, intentando llegar hasta mis huesos, con esa chispa de curiosidad iluminando su iris como un rayo de sol. Me quede inmóvil con mi mirada también sobre ellas, alejadas de la realidad, parecían descriptas en una vieja novela de siglos atrás.

Ellas se encargaron de maquillarme y devolver un poco de color a mi piel, también me hicieron una coleta alta y la adornaron con pequeñas florecillas doradas que resplandecían bajo la luz del sol. Me ofrecieron un espejo cuando terminaron conmigo, que casi dejo caer, al notar que el reflejo que me devolvía no parecía ser el mío. Una leve bruma de belleza cubriendo mi rostro, un poco más parecida a ellas. Cada magulladura había desaparecido debajo del color que habían aplicado, mis pecas que tanto había odiado de niña destacaban de manera sutil como estrellas que empiezan a desaparecer en el inmenso cielo, y mis ojeras de años sin dormir bien habían desaparecido, como si nunca hubieran existido en primer lugar. El dolor que aún permanecía en mi cuerpo luego del ataque, también me había abandonado, llenándome de una vitalidad que jamás había experimentado gracias al toque de Gemma. El anillo de plata con una piedra del mismo color del mar descansaba en su dedo anular, y brillaba luego de tocar mi piel. Lo que me llevaba a pensar que la joya debía estar de alguna manera involucrada en mi proceso de curación y con el don de Gemma.

A pesar de que me sentía mejor físicamente, todo mi alrededor giraba como si estuviera en una calesita dentro de un cuento de hadas retorcido. Mientras me cepillaban el pelo con delicadeza, mi mente había comenzado a divagar por toda la atención que estaba recibiendo. Tener gente a mi disposición se sentía mucho más que surreal, se sentía casi bizarro. Toda mi vida había sido independiente, meticulosa y disciplinada en mis quehaceres. No dejaba que nadie se entrometiera en mis asuntos por miedo a que lo estropearan por completo. Y ahora, de pronto, me había encontrado con una pared de realidad de ladrillos gruesos, que intentaban frenar todo lo que una vez había sido. Luego de que mi madre desapareciera de la ecuación, no habían existido muchas oportunidades de sentirme consentida más que por mi padre, y él estaba en el trabajo la mayor parte del tiempo. Por eso, cada vez que sentía el contacto de los dedos suaves de la sirvienta impolutamente de blanco, lograba que mis pies se encogieran dentro de mis botas y que mis uñas se clavaran en el tapizado de la silla. Mientras, me acechaba el pensamiento de que el resto de mi vida seria de esta manera.

La Pieza Inquebrantable (#1 EL MUNDO OCULTO)Where stories live. Discover now