CAPÍTULO 12: Café y canela.

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La luz del sol traspasaba débilmente mis párpados cerrados, invitándome a despertarme. Mi mano sentía el pulso de su corazón, que latía sereno, bajo mi palma. Su pecho subía y bajaba mientras dormía tranquilo, como si aquel momento fuera cotidiano en nuestras vidas.

Reconocía su aroma, y deje que descansara en mis fosas nasales mientras decidía si comenzar mi día o quedarme allí para siempre.

—Eamon. —pronuncie débilmente y lo toque con la yema de mi dedo justo en donde tenía la pequeña marca de sus hoyuelos y comenzaba su cicatriz—. Debemos levantarnos.

Debemos es una palabra muy pesada para la mañana.

Me aleje de él antes que abriera sus hermosos y descansados ojos verdes. Me desperece sentada en mi nueva cama y mire a mi alrededor, a pesar de que había despertado en un nuevo mundo, había dormido demasiado bien. Mientras Eamon se removía debajo de las sábanas protestando entre dientes, me encamine hacia el ventanal. Las rosas que estaban enredadas entre los hierros del balcón, ya no se encontraban marchitas, sino que relucían en su inmaculado blanco y sus suaves pétalos. Me puse de rodillas dejando que el frio del suelo me despertara, y acaricie con mis dedos la flor. Tal vez el aire de Alba contenía magia verdadera, y las había salvado en su último suspiro. Sin embargo, una punzada de incertidumbre se revolvía dentro de mí, plantando la sospecha de que mi regreso tenía algo que ver.

— ¿Qué haces en el suelo? ¿Estas rezando?

Le eché un vistazo sobre mi hombro un poco sorprendida ante su pregunta, y volví a girarme de nuevo hacia las rosas. Justo debajo de nosotros el jardín del castillo dormía con el resto de sus flores, flores que ni siquiera sabía que existían, mucho más que simples rosas blancas. En el corazón del jardín, dos fuentes jugaban con el reflejo del sol y se extendían hacia la entrada, donde una reja negra detenía el paso de los Albeanos que intentaran entrar sin permiso al castillo. Si aquello no era suficiente, una fila de guardias con sus chaquetas azules marchaba de un lado al otro observando cada tanto sobre sus hombros. A lo lejos, la ciudadela comenzaba a sentirse viva, llegaba a mis oídos el sonido del pueblo, el canto de los pájaros y el impaciente choque de las olas contra el acantilado donde yacía el castillo.

—Estoy observando las rosas Eamon, puedo jurar que anoche estaban marchitas.

Eamon junto su entrecejo y se agacho a mi altura, acaricio un pétalo con sus dedos y busco en mi rostro alguna respuesta, antes de soltarlo.

—Anoche estaba oscuro, tal vez no notaste que los pétalos estaban bien. Además, las luces en tu balcón no estaban prendidas.

Estaba segura de lo que había visto, aunque lo único que me iluminara fuera la luz de la luna. Incluso ciega podría saberlo, ya que recordaba el tacto hostil y duro de los pétalos marchitos al contacto con mis dedos. Mis músculos se endurecieron, Eamon había cuestionado mi observación demasiado rápido, y eso definitivamente me irritaba. Me encamine rápidamente hacia adentro, dejándolo atrás.

Gemma ingreso a la habitación, con su presencia tan abrumadora como una tormenta. Su tono de voz elevado y el movimiento de sus manos en el aire, me advirtieron de repente que ya no estábamos solos. Ben, mi sereno amigo, caminaba pisándole los talones. Como un séquito de soldados, un grupo de sirvientas hadas con su uniforme blanco —agobiante para la vista debía decir— caminaba detrás de ellos en silencio y sus cabezas gachas. Llevaban toallas, una muda de ropa negra y una bandeja con rosas blancas y ciruelas.

—Buen día princesa, ¿Cómo amaneciste hoy...

Los ojos se Gemma se ensancharon como los de una caricatura al notar la presencia de Eamon a solos unos pasos de la cama. Ella se detuvo y Ben choco con ella, ambos llevaron su mirada a mi vecino, y luego a mí, Gemma frunció sus labios y una sonrisa burlona comenzó a formarse en el rostro de mi mejor amigo.

La Pieza Inquebrantable (#1 EL MUNDO OCULTO)Where stories live. Discover now