CAPÍTULO 11: Párpados cerrados.

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Mis párpados se encontraban sellados, creía que, si los mantenía el tiempo suficiente así, me volvería invisible. Aún me temblaban las piernas, mi alrededor giraba como en una calesita y me centrifugaba hacia el centro de la tierra, llamándome. Lloyd me había acompañado hasta una enorme puerta de madera que parecía haber sido decorada por una niña pequeña y sus crayones de colores.

Una vez dentro, deje todo mi peso apoyado contra la pared, no sabía si era capaz de dar otro paso.

—Recuerda Amy, debes correr muy veloz para alcanzarme.

Chris era ágil, siempre lo había sido. Imágenes venían a mi mente, no eran claras, como si se proyectaran detrás de un espejo húmedo. La sonrisa de Chris, sus ojos grises y sus mejillas constantemente coloradas por correr. Corría, y siempre corría. Y podría haberlo seguido por el resto de la vida si aún estuviera aquí, porque era de clase de personas que vale la pena perseguir.

Si estuvieras aquí, serias mejor en esto que yo.

Abrí mis ojos y dejé que la tierra me tomara. Era la primera vez que estaba sola desde que había despertado en la enfermería. El silencio y la soledad eran lo único que había anhelado las últimas horas, y ahora que eran míos y estaban en la palma de mi mano, no sabía qué hacer con ellos. Quería gritar, mis rodillas y manos acariciaban la loza fría. Si levantaba mi rostro, vería mi cuarto de la infancia, el primer lugar que me había observado jugar y soñar. Ahora todo lo que había sido y todo lo que ahora era, chocaban aquí. Implosionaban dentro mío y se asentaban en mi pecho con gran peso.

Me decía a mí misma, que debía ser valiente, enfrentar todo de a poco, era la única manera que me encontraría al final del camino.

Las pecas de mi madre, la sonrisa de mi hermano y los ojos grises de mi padre, eran lo primero que me recibía. Una pared de un tono rosa primaveral, me ocultaba del resto de mi habitación, y sobre ella una fotografía de la familia feliz que solíamos ser, en blanco y negro, representando el pasado que habíamos dejado atrás. A mi izquierda, una enorme cama esperaba por mí. Tan solo a unos pasos de donde me encontraba, una mesa de mármol blanco y helado como la nieve, contenía una diminuta caja, repleta de peppermints. Me lleve uno a la boca, saboreando la menta, intentando quitar el gusto a ciruela aun persistente en mi paladar.

El aire olía a frutas y rosas. El lugar contaba con un sillón salmón que parecía bastante confortable y una mesa de madera blanca desgastada, con algunos libros sobre la historia de Alba. Junto a ellos, se encontraban unas rosas rojas de bienvenida, según su inscripción. Suponía que debían ser las únicas rosas rojas en todo este palacio blanco inmaculado y probablemente era obra de mi abuela como habían llegado hacia mí. Acaricie sus pétalos, frescos y aun llenos de vida a pesar de haber sido cortados de la rama.

Camine, absorbiendo mi alrededor, tratando de captar algo que ayudara a recordar mi pasado aquí. Sin embargo, no podía percibir nada, absolutamente nada. Estar en este lugar, era tal cual a experimentar esa ausencia que queda en tu cuerpo luego de haber despertado de un buen sueño, esperando restablecer la conexión de alguna manera sin tener nada de que aferrarte.

Una gran araña de diamantes incrustados caía del techo en el medio de la habitación, haciendo que el resto de las lámparas se vieran inútiles en su función. Mi cama era dos veces del tamaño de la que tenía en Nueva York, tenía suaves y brillantes sabanas de seda blanca, y por lo menos unas diez almohadas de distintos tamaños que iban a juego con el sillón. Otro chaise lounge pero esta vez de color rosa bebé, había sido ubicado a los pies de mi cama y sobre él estaba mi pijama negro de margaritas. Sin lugar a duda, era mi padre quien lo había enviado a buscar.

Si bien toda mi habitación parecía haber sido armada en un Ikea de dos siglos atrás, podía decir con seguridad que lo mejor del lugar, era el closet. Era tan grande, que cabía probablemente un camión. Contaba con dos espejos que llegaban hasta el techo, y sus armarios estaban repletos de joyas, ropa de entrenamiento y vestidos. Tantos de ellos que podía elegir uno de cada tono del arcoíris, incluso de aquellos colores que ni siquiera sabía que existían. Tome una de las telas entre mis manos, la acaricie con los dedos, las lentejuelas ásperas bajo mis yemas, recordándome una vez más, que no está soñando. Me quede ahí, petrificada. La familia real había esperado por mi regreso durante años, con mi habitación lista para ser usada, sabían que volvería a ellos, de alguna forma u otra. Y estos vestidos habían estado congelados en el tiempo, hasta esta mañana en la cual volví involuntariamente a ellos.

La Pieza Inquebrantable (#1 EL MUNDO OCULTO)Where stories live. Discover now