CAPÍTULO 10: Poder.

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—Tengo una observación. —Camine hacia adelante y me apoye débilmente sobre el chaise lounge de color rosa pálido donde mi padre estaba sentado—. No creo que sea muy original que el castillo sea llamado Albus. Sé que significa blanco en latín, pero siento que estamos en loop demasiado repetitivo aquí.

El ceño fruncido de mi padre indicaba que claramente no estaba de acuerdo con mi introducción hacia los reyes de Alba, pero una sonrisa comenzó a dibujarse débilmente en las curvas de su boca. Desde pequeña había aprendido a identificar los pequeños gestos que mi padre daba cuando no estaba realmente enfadado. Además, debajo de aquel ceño sabía que se alegraba de verme viva, luego de haber rozado el borde de la muerte.

Me quede detrás de él, sin mover un musculo con miedo de respirar demasiado fuerte, como un niño asustado en el primer día de clases.

En el medio de la habitación, junto a un gran ventanal enmarcado con madera blanca y más inscripciones en latín, se alzaba un gran escritorio de mármol blanco, frio y estremecedor. Había pocas cosas sobre el: un lapicero dorado, algunas hojas blancas con garabatos, y un libro de cuero verde. En un pequeño trono, una alargada silla de tapizado blanco desgastado estaba recostado mi abuelo, el rey de Alba. Sus ojos del mismo color que los de mi padre, ese grisáceo que colorea a una nube a punto de descargar, iban teñidos por un claro aburrimiento. Su cabello estaba lleno de canas, y llevaba un gran saco negro que en cuanto se levantó para acercarse a mí, note que le llegaba hasta las rodillas. Pequeñas rosas bordadas con hilo dorado cubrían su cuello, resaltando el color apagado que lo representaba como un tirano sin piedad.

Mi abuela en cambio descansaba con gracia sobre una silla dorada junto a mi padre y no me había quitado los ojos de encima desde que había puesto un pie dentro de la Sala Lirial. Podía percibir como su mirada examinaba cada centímetro de mi piel y cada punta abierta de mi cabello. Una sonrisa débil se había dibujado en su rostro después de oírme hablar, disminuyendo un poco el nerviosismo que ahora se había apoderado de mi cuerpo. No había suficientes palabras para describirla, era simplemente hermosa. Era dueña de ese tipo de belleza que perdura con el tiempo, y que nunca te cansarías de admirar. Su cabello también era blanco, pero lo llevaba prolijamente corto, justo encima de los hombros. Vestía una blusa lila y una falda del mismo color a juego, la blusa le cubría sus brazos delgados, y justo sobre sus muñecas, dos moños estaban atados con delicadeza. Sin embargo, lo primero que captaba mi atención en ella, era la tiara plateada compuesta de pequeños lirios grabados.

—Sus majestades. —Eamon, ensancho su pecho e hizo una pequeña reverencia hacia nosotros. Mi mente aún intentaba comprender como era posible que fuese el mismo chico que me había llevado en su motocicleta el día anterior—. Su alteza.

Hizo una breve reverencia, e iba camino a la salida cuando la voz grave y sonora de mi abuelo, se hizo presente en la habitación.

—Eamon, gracias por cuidar de mi nieta y traerla hasta Albus. Saluda a tu familia de nuestra parte.

Nuestras miradas chocaron, había algo dentro de mí que anhelaba su presencia, el verde de sus ojos me sumergía en una paz inexplicable y su manera de caminar junto a mí, me decía que podría protegerme de cualquier cosa que se interpusiera en mi camino. Un arma o incluso un trono. Sin embargo, esquive su rostro, me aterraba pensar, que, si seguía a mi corazón, terminaría con una daga clavada en él.

—Gracias su majestad, les haré llegar su mensaje.

Agacho su cabeza débilmente, y desapareció detrás de la gran puerta amarilla.

—Amity. —Mi padre se acercó a mí y deposito un suave beso sobre mi frente—. ¿Por qué no estás en Axis?

—La pregunta, mi querido hijo, es ¿Por qué no está en Nueva York?

La Pieza Inquebrantable (#1 EL MUNDO OCULTO)Where stories live. Discover now