Capítulo 3

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Por supuesto que se lo tiene bien merecido. Se lo tiene más que bien merecido, esa y cualquier otra cosa desagradable que pueda pasarle, y el resquicio de comprensión hacia él que sentí viendo el vídeo desaparece cuando al día siguiente la ruptura se convierte en la comidilla de todo el campus y, después de haberme pasado nueve años esforzándome por olvidarme de Sawyer Winston, ahora resulta que lo tengo hasta en la sopa.

Todo el mundo habla de ello por todas partes. Hasta de debajo de las piedras surgen chicas que se pelean por ir a consolar al que ha vuelto a ocupar el puesto de soltero de oro de la UMich y tanto Sawyer como Emma se han convertido en memes. Por el grupo de WhatsApp de mi curso no dejan de pasar vídeos, fotos y todo tipo de contenido audiovisual manipulado de ambos y, aunque he de admitir que los primeros cien archivos tuvieron su gracia, creo que si veo otro gif más de Emma tratando de empujar a Sawyer voy a vomitar.

Además, Lana y Dylan también han convertido el dichoso tema en el eje central de nuestras conversaciones, consiguiendo que recuerde lo capullo que ha sido siempre Winston conmigo y lo muy mucho que lo odio.

Tengo la desgracia de conocerle desde siempre. ¿Qué probabilidades había de que, de entre todos los estados del país y de todos los pueblos y ciudades que tiene cada uno de ellos, el idiota de Sawyer Winston y yo naciéramos en el mismo sitio? Seguramente muy pocas, pero fueron suficientes para que el destino hiciera de las suyas.

Bueno, no estaría siendo del todo justa si no dijera que hubo una época en la que pensaba que conocerle era lo mejor que me había pasado, pero esos años de amistad solo fueron unos pocos. La mayor parte de nuestra vida la hemos pasado compitiendo por ver quién detesta más al otro.

Me asquea todo de él: sus papis ricos que le consienten cualquier capricho absurdo que se le antoje solo con que chasquee los dedos, lo inteligente que es, el hecho de que compita en natación a nivel estatal y que encima sea guapo. Es que el muy cabrón lo tiene todo. Excepto lo importante, claro.

Sawyer Winston carece de cualquier cualidad que yo considero esencial para poder calificar a alguien como ser humano, empezando por conciencia de clase y terminando por humildad y código moral, sin olvidarnos de pasar por algo de sentido del humor y un poco de gusto musical.

Es un puto bicho que durante mucho tiempo convirtió el amargarme la existencia en su pasatiempo favorito. Consiguió que todo el instituto siguiera su ejemplo cuando dejó de hablarme, otorgándome el honor de ser la marginada oficial de nuestra promoción. Y eso es solo la punta de un enorme iceberg de humillaciones.

Una vez me rompí la nariz jugando al voleibol en gimnasia y, mientras estaba tirada en el suelo, sangrando a borbotones tras el impacto de la pelota contra mi cara, vino y me tendió la mano para ayudarme a que me levantara, pero la apartó y se rio de mí cuando fui a tomársela.

Me llamó estúpida y se quejó a la mismísima directora cuando a ambos nos entregaron un diploma por ser los alumnos con las notas más altas en el penúltimo curso, afirmando que era imposible que yo estuviera a su altura y exigiendo que se revisase la corrección de todos mis exámenes.

Y el último, pero no el menos bochornoso de la larga lista de ejemplos de putadas que Sawyer me ha hecho: se me quedó mirando con cara de asco al cruzarse conmigo en el baile de graduación y me tiró su bebida por encima adrede, manchándome todo el vestido.

Esa fue la última vez que nos peleamos de verdad, pero podría pasarme una semana entera enumerando todos los pollos que me ha montado ese ser del averno.

Intento dejar de pensar en todo eso cuando, después de recorrer media facultad para cambiar de aula, por fin llego a la puerta de la clase de la profesora Burke, pero mi empeño por apartar a Sawyer Winston de mi mente fracasa estrepitosamente cuando escucho cuchichear al grupito de chicas que ya están esperando en el pasillo a que llegue la mujer.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora