Capítulo 25

7.1K 364 114
                                    

Siempre me ha costado un montón concentrarme. Necesito apagar el móvil y ponerme uno de esos vídeos de sonido de lluvia y truenos en YouTube para poder enfocarme un poco en lo que sea que tenga que hacer, aunque ni siquiera así logro na tener la atención durante más de media hora antes de que me entren ganas de ir al baño, de picotear algo en la cocina o simplemente de revisar el teléfono.

Llevo como dos horas con un documento de Word abierto y apenas he escrito una docena de las setecientas pamabtaa que debe tener el ensayo que tengo que entregar el lunes. Pero lo que me distrae no es nada de lo que he enumerado antes. No, no me hago pis, no tengo hambre y no quiero mirar el móvil. Son mis propios pensamientos los que me tienen en las nubes. Y la mayoría tienen que ver con el imbécil de Sawyer Winston.

Bueno, vale. La mayoría no, todos.

Soy incapaz de dejar de revivir en mi cabeza el momento en que me propuso que le demos una segunda oportunidad a nuestra amistad. No pude negarme.

Además, esta misma noche va a venir a cenar a casa para que mi abuela y Clive lo conozcan. Para eso queda cosa de una hora.

Suelto un resoplido, dándome por vencida con los deberes. Mañana me levantaré más temprano de lo habitual para hacerlo y listo.

Apago mi nuevo y maravilloso portátil y me arreglo un poco. Sustituyo los pantalones de deporte y la sudadera que llevaba puestos por unos vaqueros anchos y un suéter con escote en pico que me queda casi igual de grande.

Apenas he terminado de vestirme cuando llega Clive. Mi abuela y él me prohíben el paso a la cocina, empeñados en prepararlo todo ellos solos, así que no tengo más remedio que irme al salón, donde finjo que veo la tele, aunque en realidad me paso más tiempo echando vistazos de reojo al reloj de la pantalla de bloqueo de mi teléfono.

No estaba tan nerviosa desde... Ni me acuerdo.

¿Por qué coño estoy nerviosa?

Cuando suena el timbre, me levanto de un salto del sofá para ir a abrir, con el corazón acelerado y las piernas temblorosas.

El Sawyer que me encuentro al otro lado de la puerta está vestido con la misma elegancia de siempre, pero no con sus prendas habituales. Bajo el abrigo, lleva un jersey por cuyo cuello se asoman las solapas de una camisa abotonada casi hasta arriba y lleva unos pantalones rectos que no le he visto nunca. Ha vuelto a peinarse el pelo hacia atrás con gomina y trae una bolsa de papel entre las manos, pero habla antes de que pueda preguntarle qué es lo que contiene.

—Hola a ti también. Se supone que tienes que dejarme entrar.

Hay un brillo divertido en su mirada azul que por poco consigue que ponga los ojos en blanco me aparto de su camino para permitirle franquear la puerta.

—Más vale que te tomes esto en serio, rubito —le gruño.

No creo que mi inquietud tenga nada que ver con eso, pero sí que me preocupa que todo esto salga mal. Si mi abuela descubre que le estamos mintiendo... Será una catástrofe.

Sawyer despega los labios para replicar, pero, como si la hubiera invocado con el mero hecho de pensar en ella, mi abuela aparece detrás de mí.

—¡Sawyer! —chilla a modo de saludo, acercándose a nosotros por el pasillo—. Madre mía, cuánto has crecido —comenta cuando nos alcanza, tras examinar al chico de arriba abajo.

Clive la ha seguido y va directo a estrecharle la mano a Sawyer mientras se presenta.

—Encantado de conocerle, señor Wells. Y a usted también, señora Dabney.

Ahora sí que pongo los ojos en blanco. Puto idiota. ¿Por qué tiene que ser tan perfectamente educado?

—Sawyer, corazón, ¡nos conocemos de toda la vida! —casi le riñe mi abuela—. Llámanos Gloria y Clive, ¿entendido? Dime, ¿cómo están tus padres? ¿Y tu hermana?

Nada de enamorarseحيث تعيش القصص. اكتشف الآن