Capítulo 39

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Rompo el siguiente beso cuando una de sus manos encuentra el borde de mi sudadera y se cuela bajo la camiseta interior, rozándome las costillas con los dedos.

—Espera —le pido, poniendo un poco de distancia entre nosotros, pero sin dejar de sujetarme a sus brazos.

Él, sin embargo, recula un par de pasos, devolviéndome todo mi espacio personal, lo que me obliga a soltarle del todo.

—Joder. Lo siento —gruñe, ofuscado, y se pasa las manos por la cara y luego por el pelo, todavía húmedo de la ducha—. Yo... Perdona, en serio. He dado por hecho que querías que...

—No. No, no es eso —le corto, intentando dejar a un lado la perplejidad que me ha provocado el hecho de que me haya malinterpretado—. O sea, sí que es eso. Sí que quiero —aclaro—. Pero es que... Pensaba que te daba asco y ahora... Esto es un poco raro.

Alza una ceja.

—¿Por qué ibas a darme asco?

Me encojo de hombros. No lo sé. En este momento resulta más que obvio que no es repugnancia lo que le suscito, pero llevo semanas pensando lo contrario. 

—¿Por los tatuajes? —pruebo, en un patético tono interrogativo.

Sawyer niega con la cabeza, frunciendo el ceño a más no poder.

—Megan, son preciosos —replica, con un deje de espanto que me resulta imposible de pasar por alto—. eres preciosa. Cuando sonríes de verdad, cuando te metes conmigo, cuando te miro sin que te des cuenta. Eres una puta preciosidad.

No.

No es eso lo que cree. No puede serlo.

—Odias mi vestido lila —le suelto.

Es la primera prueba que se me ocurre de que no me considera guapa. Y mucho menos preciosa.

—¿Qué?

¿Se está quedando conmigo? ¿Quiere que se lo explique? 

—La otra noche en el restaurante, cuando subíamos en el ascensor... —empiezo.

—La otra noche en el restaurante, cuando subíamos en el ascensor —me interrumpe, clavando sus ojos en los míos—, lo único en lo que podía pensar era en meter la cabeza entre tus piernas. En el modo en que todos esos putos espejos iban a reflejar tu expresión de placer cuando te hiciera correrte. Ese vestido es... Por Dios, ayer me empalmé solo con subirte la cremallera. Me vuelve loco. me vuelves loco.

Y, de repente, lo comprendo. Lo comprendo todo: su incomodidad en las contadas ocasiones en las que me ha visto con menos cantidad de ropa de lo habitual, la tensión que se apodera de él siempre que vamos de la mano. Todas esas veces... No es que desee con todas sus fuerzas alejarse de mí, sino que está batallando consigo mismo para no acercarse más.

—Madre mía, Sawyer —suspiro, desarmada—. Eres un idiota.

—Siento haberte confundido. Lo siento muchísimo. Mi intención nunca ha sido esa —me asegura—. Pero, si me hubiera permitido mirarte más, tocarte más... No habría sido capaz de aguantar durante tanto tiempo las ganas que tengo de... Joder —bufa, frustrado. Hay un incendio en sus mejillas—. Supongo que puedes imaginarte lo que me muero por hacerte sin necesidad de que te explique todos los detalles.

Me arranca una carcajada. Este chico... Este chico va a ser mi perdición.

—La verdad es que ahora mismo no me apetece usar la imaginación, Romeo —confieso, fingiendo mi mejor tono inocente—. Vas a tener que enseñármelo.

Le dedico la que es probablemente la sonrisa más provocativa que jamás le haya dedicado a nadie mientras elimino el escaso metro que nos separa, hasta que estoy lo bastante próxima como para poder dejar un pequeño beso en la afilada línea de su mandíbula tan solo con ponerme de puntillas.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora