Capítulo 27

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Por primera vez en años, esta mañana no he salido a correr.

Anoche me quedé hasta muy tarde estudiando para los dos exámenes que tengo hoy, por lo que, al principio, al despertarme, he pensado que solo estaba cansada por haber trasnochado más de lo normal.

Pero no se trata solo de eso, porque cuando he conseguido arrastrarme fuera de la cama me he dado cuenta de que me duele todo el cuerpo, tengo la nariz taponqda y un dolor palpitante me está destrozando la cabeza.

Lo primero que se me ha ocurrido ha sido darme una ducha bien fría para ver si me ayudaba a espabilarme y despejarme un poco, pero, una vez en el cuarto de baño, no he sido capaz de meterme bajo el agua helada. Me he vestido y he vuelto a salir, rumbo a la cocina, donde apenas he desayunado medio cuenco de cereales con leche de soja antes de salir pitando a la calle.

Me he puesto mi cazadora más calentita y hasta una bufanda, pero, a pesar de estar tan abrigada, me echo a temblar en cuanto pongo un pie fuera de la calidez del portal.

Camino a trompicones hasta el coche de Sawyer, que ya está esperándome aquí aparcado y, al llegar a él, entro a toda prisa, dejándome caer en el asiento del copiloto. Tengo tan poca fuerza en el brazo que me cuesta horrores cerrar la puerta después de subirme.

—Hola —murmuro, con la voz ronca.

No me vuelvo en su dirección, pero siento la mirada del chico clavada en mí de todas formas. El vehículo está en marcha, pero no hace nada por sacarlo a la carretera como hace siempre en cuanto yo le saludo.

—¿Qué te pasa?

—Nada —contesto—. Venga, que no quiero llegar tarde.

Saca la llave del contacto y el zumbido que hasta ahora nos acompañaba desaparece.

Yo resoplo, pero me entra un ataque de tos.

—Estás enferma.

—Estoy bien —replico en cuanto dejo de toser.

Fijo mis ojos en los suyos, que tiene entornados con un deje de escepticismo muy difícil de pasar por alto.

—¿Me tomas por tonto? —inquiere, alzando una ceja.

Ya. La verdad es que salta a la vista que muy sana no estoy.

—Hoy tengo dos exámenes —explico, a regañadientes—. No puedo faltar.

Me esfuerzo por sonar lo más firme posible, pero desde que ha apagado el motor la calefacción ha dejado de funcionar y ahora estoy tiritando tanto o más que en la calle.

Sawyer suspira y, antes de que yo pueda hacer nada para impedírselo, se inclina un poco sobre mí y me pone una mano en la frente. Sus dedos están helados y casi jadeo por lo agradable que resulta sentir su piel fría sobre la mía, aunque se aparta enseguida.

—Estás ardiendo —bufa—. No estás en condiciones de hacer ningún examen.

Abro la boca para quejarme, pero él ya está abriendo su puerta y bajando del Tesla.

No entiendo nada, pero, un instante después, mi puerta también se abre y Sawyer me tiende la mano.

Al ver que pasan unos segundos y no la acepto, deja caer el brazo, exasperado.

—Sal del coche, Megan —me gruñe.

—Tengo que ir a la uni —me obceco.

—Puedes hacer los exámenes cuando te recuperes —intenta razonar.

Está de lo más calmado. No ha subido la voz en absoluto, pero creo que me va a estallar la cabeza solo con pensar en enfrentarme a él. Me estoy mareando.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora