Capítulo 40

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Si Nadine o Bianca han notado que algo ha cambiado entre nosotros, ninguna de los dos lo ha demostrado. O, al menos, no todavía.

Pero es imposible que, anoche, durante la cena, no se dieran cuenta de que Sawyer y yo intercambiamos más de una caricia por encima de la mesa, del mismo modo que, cuando nos fuimos a dormir, debieron de escuchar nuestras risas y murmullos a través de las finas paredes, porque nos quedamos hablando hasta las tantas de la madrugada, abrazados en la cama.

Ahora, en el coche, solo tienen que echar un vistazo al asiento trasero para ver que él y yo no nos hemos colocado cada uno en un extremo de la parte de atrás del Audi, sino que nos hemos acurrucado junto a la ventanilla derecha. Yo tengo la cabeza apoyada en su hombro, a punto de rendirme al sueño, y él me rodea con un brazo, manteniéndome lo más cerca que puede.

Tengo la sensación de que, todas estas semanas, he estado perdiendo el tiempo. ¿Cómo he sido capaz de compartir espacio con él durante horas, a diario, sin besarle?

Sigo sin encontrar una respuesta inteligente a esa pregunta, pero, en su lugar, le doy un beso en la boca que, a pesar de ser muy rápido, consigue que a Sawyer se le suban los colores.

Se me escapa la risa ante su ridículo sonrojo y Nadine, que es quien va conduciendo, nos echa un vistazo a ambos a través del espejo retrovisor, con una ceja rubia enarcada.

Apenas puedo sostenerle la mirada en el reflejo del cristal por unos instantes antes de que la vergüenza me haga sentir calor en las mejillas a mí también.

Madre mía. Si casi no puedo contenerme estando acompañados su hermana y su cuñada, no tengo ni idea de qué va a ser de mí cuando nos quedemos a solas en el avión.

Se da cuenta de que estoy tan cohibida como él y el muy idiota sonríe.

—Qué tontita eres —murmura, divertido.

Le dedico una mirada furibunda y, acto seguido, le pego un manotazo en el brazo, pero lo único que logro con ello es que su sonrisa se ensanche.

—Idiota —le gruño, como si estuviera súper ofendida.

No obstante, se abstiene de seguir haciéndome de rabiar y, de hecho, no nos dirigimos la palabra de nuevo hasta que Nadine y Bianca se marchan tras dejarnos en el aeropuerto y haberse despedido de nosotros cada una con un abrazo.

Esta vez, no nos pasamos las casi seis horas de vuelo hasta Detroit en silencio, sino todo lo contrario.

Seguimos por donde lo dejamos hace unas horas y hablamos de cualquier cosa que se nos viene a la cabeza, por absurda que sea, desde anécdotas de la uni hasta nuestras canciones favoritas, pasando por qué tipos de té me gustan a mí y como toma él el café.

Cuando le comento lo mucho que me sorprendió descubrir que convive con un gato, me cuenta que, en realidad, no entraba en sus planes tener ningún tipo de mascota. Pero encontró a Mayonesa hace cosa de dos años, rondando los contenedores de basura de una de las calles paralelas a su gimnasio, y lo vio tan pequeñito y desamparado que no pudo resistirse a llevárselo a casa. La idea era acogerlo solo durante unos días, hasta que encontrase una protectora que pudiera encargarse de él, pero al final se lo quedó, incapaz de dejar que se lo llevaran.

—¿Tanto te sorprende que me encariñara con él? —inquiere, alzando una ceja, cuando yo me quedo en blanco ante esa última confesión.

—Bueno, hasta hace un par de días dudaba de que pudieras sentir algo hacia otro ser vivo que no fuese odio y resentimiento —repongo, encogiéndome de hombros.

—Ya —resopla él—. Em solía decirme lo mismo.

Me muerdo el interior de la mejilla de forma inconsciente al escuchar el nombre de su ex, pero me alegra que haya mencionado a la chica con tanta naturalidad.

Nada de enamorarseTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang