Capítulo 26

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Adivinad quién no ha terminado todavía el dichoso ensayo que tiene que entregar esta misma tarde.

Exacto: yo.

Esta mañana me he levantado muchísimo más temprano que de costumbre para que, además de ir a correr como hago siempre, también me diera tiempo a adelantar algo del maldito trabajo. Al final, he escrito poco más de la mitad al venir de entrenar, porque ha hecho un frío tremendo y, a pesar de que he recorrido la misma distancia de todos los días, no he terminado de entrar en calor en toda la carrera.

Al llegar a casa he tenido que darme una ducha bien caliente y después de dejar de tiritar solo he sido capaz de teclear unos cuántos párrafos en el documento de Word, ni de lejos suficiente como para terminarlo. Así que, ahora, en lugar de estar almorzando en la cafetería, me encuentro en la biblioteca, delante del portátil, intentando que me venga la inspiración para poder continuar por donde lo he dejado hace unas horas.

Encima, mañana tengo no uno, sino dos exámenes.

Me va a estallar la cabeza.

Por suerte, Lana y Dylan se han solidarizado un poco conmigo y me están haciendo compañía. Bueno, en realidad, se están dedicando a hablar entre ellos por WhatsApp para no perturbar el silencio de la biblioteca mientras yo me peleo con las palabras.

—Anda, Dylan, revísamelo —le pido a mi amigo cuando ya he escrito un par de frases más.

Solo me falta la conclusión y estará listo, pero soy malísima con la redacción y suelo tener un montón de faltas de ortografía. Dylan, en cambio, escribe a la perfección. Entiende de sintaxis como nadie y se sabe todas y cada una de las reglas de puntuación y acentuación.

Pone cara de resignación y tira de mi portátil para darle la vuelta, ya que Lana y él están sentados al otro lado de la mesa, frente a mí.

Espero a que le eche un vistazo y, en ese par de minutos, toso y estornudo al menos media docena de veces.

—Tía, ¿estás bien? —inquiere Lana, pasándome uno de sus icónicos paquetes de pañuelos, que yo acepto con un asentimiento de cabeza.

—Perfectamente —le aseguro—. Habré cogido frío esta mañana —añado, al ver que entrecierra los ojos con escepticismo.

Abre la boca para contestarme, pero Dylan se le adelanta, mientras yo me sueno los mocos.

—¿Qué coño es esto, Meg? —me ladra, girando otra vez el ordenador para enseñarme la pantalla.

Espero ver señalada una palabra mal escrita. No me extrañaría comprobar que me he comido la H de hermenéutica o que le he puesto tilde a un monosílabo que no debe llevarla, pero no. No es eso lo que me está mostrando Dylan.

Ante mis ojos hay un correo abierto. Lo primero que leo es la dirección de la que proviene y mi corazón se salta un latido en cuanto la reconozco. Es la de Nate.

Trago saliva y, sin poder evitarlo, se me desvía la vista al cuerpo del mensaje y empiezo a leerlo sin querer.

Como el primero que recibí (y el único que me digné a leer), es una retahíla de amenazas e insultos. Contra mí. Contra Lana y el propio Dylan. Y, por supuesto, contra Sawyer.

Al parecer, me lo ha enviado hace unos segundos.

—¿Qué haces cotilleando mi correo? —le espeto a Dylan.

—Ha saltado la notificación y lo he abierto al ver de quién era —replica él, apretando los dientes—. Tienes el spam petado con esta mierda.

Tiene razón.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now