Capítulo 7

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—A la vista de los resultados del parcial de la semana pasada, he llegado a la conclusión de que las calificaciones de los exámenes no reflejan como deberían los conocimientos adquiridos ni el esfuerzo invertido en esta asignatura —nos informa el profesor Heinrich—. Por ello, el próximo bloque de contenidos será evaluado mediante un trabajo de investigación.

Soy incapaz de reprimir un gruñido de disgusto.

—Meg, ¿te está mirando a ti o se me va la olla? —susurra Peyton a mi lado, tras pegarme un codazo.

Cuando capta mi atención, mi compañera señala con el mentón al hombre, que sigue hablando desde el estrado. Yo frunzo el ceño.

Es imposible saberlo a ciencia cierta, porque nos encontramos en la última fila de pupitres, en lo alto de las gradas, a una distancia más que considerable de él, pero tengo la sensación de que, en efecto, el profesor está clavando sus ojos en mí mientras desarrolla un poco más su endeble explicación sobre por qué los exámenes de toda la vida han dejado de parecerle un sistema de evaluación legítimo. Se me ocurre que la verdadera razón puede ser que en el último de ellos saqué un sobresaliente habiéndomelo preparado esa misma noche, aunque descarto la idea enseguida. La manía que me tiene no puede haber motivado algo así, ¿verdad?

—Dicho trabajo se hará por parejas —continúa diciendo—. Parejas que formaré yo, por supuesto —se apresura a añadir, lo que provoca que todo el aula estalle en quejas.

—Menuda putada —resopla Peyton.

Ella es una de las pocas personas de la facultad con las que me hablo, somos amigas porque hemos coincidido en todas y cada una de las clases desde el primer curso y siempre hacemos los trabajos por parejas juntas.

Expectantes, las dos escuchamos al hombre leer los pares de nombres que ya tiene apuntados en una lista. Rezo al Dios en el que no creo para que se apiade de mí y me toque con Peyton, pero mis plegarias son ignoradas sin paliativos.

—Peyton Thompson y Simon Niemann —anuncia el profesor.

La chica y yo protestamos a la vez, en vano.

Genial. Me tocará con un completo desconocido. Y, con la mala suerte que tengo, seguro que será un idiota que no da ni palo al agua, como ese inútil de Jamie Allen. Tendré que hacerlo yo todo y...

—Megan Dabney y Nathaniel Young.

No.

No ha dicho... No.

Él no.

Mi corazón se salta un latido y creo que también dejo de respirar, porque de repente me falta el aire.

—¿Qué pasa, Meg? —inquiere Peyton, preocupada, inclinándose sobre mí—. ¿Estás bien?

Quiero tragar saliva, pero se me ha secado la boca por completo.

—Yo... —balbuceo, todavía un poco en shock—. Sí, no te preocupes. Estoy bien.

Pero no lo estoy.

Busco a Nate con la mirada y, cuando lo encuentro, descubro que él ya tiene la vista fija en mí. Apenas puedo mantener el contacto visual durante unos segundos antes de que el asco me fuerce a quitarle los ojos de encima, con la sensación de que voy a vomitar de un momento a otro.

No obstante, logro mantener el contenido de mi estómago en su sitio hasta que el profesor Heinrich da por concluida la lección y, después de despedirme de Peyton, espero sentada en mi silla a que todos los demás alumnos abandonen la clase, dejándonos solos al hombre y a mí.

Solo entonces me atrevo a levantarme y bajar las escaleras para reunirme con él junto a su escritorio, donde está esperando a que se le apague el ordenador mientras guarda sus cosas en su maletín.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now