Capítulo 5

8.2K 401 36
                                    

—No me puedo creer que le hayas dicho que sí, Meg —repite Lana. Llevamos como dos minutos dentro del coche y ya ha dicho lo mismo al menos media docena de veces—. ¿Es que te has dado un golpe en la cabeza?

Evito su mirada, que me busca a través del reflejo del espejo retrovisor. Me he sentado detrás con Dylan porque sabía que ella iba a ponerse así cuando les contase lo del extraño acuerdo que acabo de cerrar con Sawyer Winston.

—Me va a pagar —le recuerdo—. De lo contrario, por supuesto que no le habría dicho que sí.

—¿Y qué si te va a pagar? —salta Dylan a mi lado, igual de indignado, pero mucho menos cabreado que la chica—. Tía, no sabíamos que andabas tan mal de pasta, pero ahora que sí estamos al tanto... Lana y yo podemos prestarte lo que necesites. Por mi parte, ni siquiera tienes que devolvérmelo.

—Ni a mí tampoco —afirma Lana—. Te daré todos mis ahorros si con eso evito tener que verte colgada del brazo de ese capullo.

Es imposible pasar por alto el asco con el que habla, y la verdad es que no puedo culparla por sentirse así hacia Sawyer. Yo estoy igual.

Y claro que sería mucho más fácil dejar que mis amigos me ayudasen, pero la vergüenza se apodera de mí solo con pensar en ello. No sé si es masoquismo, orgullo o cabezonería, pero prefiero mil veces aceptar el dinero de Sawyer Winston antes que el que me ofrecen ellos a cambio de nada. Lana y Dylan quieren regalármelo, pero el que mi peor enemigo va a darme tendré que ganármelo con sangre, sudor y lágrimas. Es retorcido, pero creo que es una manera más honrada y justa de conseguir la pasta, porque requerirá que sufra por el camino. No me sentiré como si les estuviera robando a dos de las personas más importantes para mí.

Me muerdo el labio inferior. Lana y Dylan no entenderían todo esto ni aunque yo supiera como explicárselo. 

—Sé lo que hago —es todo lo que digo.

Lana emite un leve gruñido y Dylan niega con la cabeza, mostrando su desaprobación, pero ninguno de los dos insiste más, dejando que el silencio se instale en el interior del vehículo.

Me muero por comentarles que Sawyer me ha dado su número de teléfono para que hablemos largo y tendido acerca de las condiciones de nuestro trato, porque sé que daría para que Dylan hiciera unas cuántas bromas crueles al respecto, pero decido no volver a abrir la boca en todo el trayecto, conforme con haber dejado atrás el tema.

Llevamos a Dylan a la residencia y, unos diez minutos más tarde, Lana detiene el Renault frente a mi casa, despidiéndose con brevedad de mí antes de que me apee.

Sé que no están enfadados conmigo, no en serio. Pero no puedo evitar que la pequeña confrontación que hemos tenido me ponga de un mal humor que me dura la mayor parte de la tarde.

La paso sola. Mi abuela no está en el piso porque ha quedado con sus amigas para hacer ganchillo, así que después de comer me pongo a leer los textos que la profesora Burke nos ha repartido en clase y que comentaremos mañana.

Llevo cerca de una hora subrayando las hojas y tomando notas en mi cuaderno mientras bebo a sorbitos té con leche de mi termo, planteándome seriamente la posibilidad de dejarlo ya y tirarme en la cama a ver unos cuántos capítulos de Friends, cuando mi teléfono empieza a vibrar sobre el escritorio.

Termino de escribir la frase que tengo a medias antes de desbloquear el móvil y descubrir que el sonido se corresponde con un par de mensajes de WhatsApp que, al entrar en la aplicación, descubro que son de Sawyer.

Espero que no les hayas contado nada a tus amigos.

Suelto un bufido.

Esperas mal.

Pues no se lo digas a nadie más.
Ni siquiera a tu abuela.
Cuanta menos gente lo sepa, más fácil será.

La verdad es que tiene razón. Aprieto los dientes.

No he pensado en qué voy a decirle a mi abuela, porque, desde luego, ella no va a ser tan comprensiva como mis amigos si se entera de que nuestra economía es tan precaria que voy a fingir ser la novia de un imbécil para ganar dinero. Desconoce la inestabilidad de nuestra situación, la he mantenido en la ignorancia adrede porque sé que, de saberlo todo, sería capaz de buscarse cualquier trabajo de mierda, a su edad, para aportar algunos ingresos. Le digo que en el bar mi sueldo es mucho más alto y no le he comentado nada de que me han denegado la beca, en un intento de ahorrarle preocupaciones.

Muy bien.

A partir de mañana yo te llevo a la uni y también te recojo a la salida.

Ja. 
Eso ni de coña.

Tarda casi un minuto entero en contestar.

Entiendo que sientas la necesidad de negarte sistemáticamente a hacer todo lo que te propongo para proteger tu patético orgullo, pero esto iría mucho más rápido si aceptases a la primera, porque o lo hacemos a mi manera, o no lo hacemos.
Decide, Megan.

Maldito cabrón.

La rabia hace que pase a agarrar el móvil con tanta fuerza que se me ponen blancas las puntas de los dedos, pero, al final, me obligo a relajarme. Si tengo que tragarme un poquito de mi enorme orgullo para tratar con este capullo prepotente, soy capaz de hacerlo. He hecho cosas peores.

Es por el dinero. Todo por el dinero.

Vale.
Lo haremos a tu puta manera.
Pero deja de llamarme Megan.
Prefiero Meg.

No espero a que su siguiente mensaje aparezca en el chat, sino que me limito a enviarle la dirección de mi casa y salgo de WhatsApp para acto seguido poner el teléfono en silencio y volver a mis comentarios de texto, hastiada.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now