Capítulo 31

6.2K 347 45
                                    

El vuelo hasta Montrose ha durado casi seis horas y, una vez allí, hemos tenido que tomar un autobús que, por culpa de la nieve acumulada en la carretera, ha tardado unos cuarenta y cinco minutos en traernos a Dexterville. Pero por fin estamos aquí.

Sawyer y yo no hemos hablado en todo el viaje. Yo me he dedicado a verme entera la séptima temporada de Friends (mi favorita) y a mirar un poco por la ventanilla, mientras que él ha estado dormido o tecleando en su portátil la mayor parte del tiempo.

Pero, aunque he estado entretenida, no he podido dejar de pensar ni por un solo segundo en las crípticas palabras que Harrison me susurró en medio de nuestro abrazo. No les habría dado ninguna importancia de no haber sido por lo callado que ha estado Sawyer, porque vale que no es la persona más habladora del mundo, pero que se haya pasado casi siete horas sin abrir la boca es preocupante, ¿no?

Cuanto menos, es extraño. Está raro, no cabe duda. Pero se me escapa el por qué.

Le escucho soltar un suspiro cuando bajamos del bus, aunque tampoco ahora me habla. Se limita a ir a sacar nuestro equipaje del maletero del vehículo y yo aprovecho para echar un vistazo curioso a nuestro alrededor.

El pueblo no ha cambiado nada. La calle en la que nos encontramos es la avenida principal, en la que paran los autobuses y los taxis y, como de costumbre, está desierta. No hay nadie caminando por las aceras cubiertas de hielo y, el par de coches que veo pasar por la carretera, van en dirección contraria a la que hemos venido nosotros, rumbo a la ciudad.

He echado de menos esto. El silencio, la tranquilidad. La seguridad de conocer a todos los vecinos.

—Hacía cuatro años que no venías, ¿verdad?

La voz de Sawyer, ronca y un poco rota, me sobresalta. Ha vuelto a mí lado, con mi maleta. Agarro el asa con fuerza.

—Sí —contesto. Al mudarse conmigo a Ann Arbor cuando empecé la uni, mi abuela vendió su casa. La idea era no volver nunca—. ¿Y tú? ¿Cuánto tiempo hacía que no venías?

Se ajusta las gafas de sol, que se le están escurriendo por el puente de la nariz, perfectamente recto.

—Justo un año. —Su aliento caliente se convierte en vaho al entrar en contacto con el gélido aire—. Pero puede que esta sea la última vez.

Frunzo el ceño, pero no me atrevo a indagar. Me da miedo cagarla si le pregunto directamente qué coño es lo que le pasa. Tiene pinta de ser algo serio y no quiero meterme donde no me llaman.

Echamos a andar, enfilando la calle principal. Voy a doblar una esquina para desviarme a la izquierda, segura de que ese es el camino hasta la casa de los señores Winston (bueno, ahora solo del señor Winston), pero Sawyer sigue recto y freno mis pasos en seco.

—Oye, Romeo, ¿no era por aquí?

Da media vuelta y mira hacia donde le estoy señalando para después negar con la cabeza.

—Vamos a casa de mi hermana —responde.

Asiento, resignándome a dejar que me guíe.

Tardamos un buen rato en llegar, porque, aunque Dexterville sea diminuto, resulta que Nadine Winston vive a las afueras, lo que nos obliga a patearnos medio pueblo hasta llegar a la urbanización de nueva construcción más alejada del núcleo de la población, casi en el campo.

—Digan lo que digan, sígueles la corriente —me suelta Sawyer justo antes de llamar al timbre.

No me da tiempo a replicar, porque, apenas unos segundos después, la puerta se abre y dos chicas aparecen al otro lado. Una de ellas se abalanza sobre Sawyer sin mediar palabra para envolverlo en un efusivo abrazo al que la otra no tarda en unirse.

Me remuevo en mi sitio, incómoda y echo un tímido vistazo atrás, al caminito de gravilla que atraviesa el manto blanco en el que la nevada ha convertido jardín delantero y lleva a la calle. ¿Si salgo corriendo se darán cuenta?

Apenas puedo explorar esa posibilidad, porque, de un momento a otro, la chica que ha sido la primera en abrazar a Sawyer me está abrazando a mí también.

—No sabes la ilusión que me hace que estés aquí —me asegura, sin soltarme—. ¿Sabías que el idiota de mi hermano no me dejó verte cuando fui a visitarle hace unas semanas?

Creo que se da cuenta de que me está estrechando tan fuerte que no puedo respirar, porque se aparta de mí enseguida.

—Meg, esta es Nadine —nos presenta Sawyer—. Y ella es Bianca, su novia.

Su hermana me dedica una sonrisa tan deslumbrante que parpadeo como por acto reflejo. Sawyer y yo hemos cambiado bastante desde el instituto, pero lo de Nadine es otro nivel. Solía tener el pelo rubio larguísimo y unas curvas que todas envidiábamos, pero ahora lleva el cabello cortado a lo chico y ha adelgazado tanto que su cuerpo no tiene ninguna forma.

No obstante, lo que más me sorprende es lo de Bianca. Hasta donde yo sé, Nadine salió con medio equipo de fútbol del instituto y se acostó con el otro medio... ¿Y ahora tiene novia?

—Encantada —me saluda la tal Bianca, pantándome un beso en cada mejilla—. Hemos oído hablar muchísimo de ti por aquí.

Le dedico una pequeña sonrisa, sin saber qué decirle. Tiene el pelo oscuro muy rizado y unos enormes ojos marrones que me miran como si me conociese de toda la vida, aunque yo no la recuerdo. Seguramente no sea de Dexterville.

—Anda, pasad, pasad. Os vais a quedar helados ahí fuera —casi nos riñe Nadine—. Os hemos preparado el cuarto de invitados. Estaréis deseando soltar las maletas, quitaros los zapatos, hacer pis o qué sé yo.

Agradezco la subida de temperatura que percibo dentro de la casa, aunque no me quito la chaqueta. La chica no deja de parlotear mientras Bianca y ella nos conducen por los anchos pasillos de la vivienda de una sola planta hasta la habitación en la que vamos a quedarnos Sawyer y yo.

Cuando me asomo por la puerta y la veo... No sé qué esperaba, pero desde luego no entraba en mis planes que hubiera una sola cama de matrimonio presidiendo el dormitorio.

—Como si estuvieras en tu casa, Meg —me dice Bianca.

—Por supuesto —concuerda Nadine—. Ponte cómoda. Si necesitas cualquier cosa, no dudes en pedírnosla.

—Claro, gracias —balbuceo, mirando de reojo a Sawyer, a quien no parece sorprenderle en absoluto la excesiva hospitalidad de su hermana.

—Bianca y yo habíamos pensado en ir a casa de papá en un rato —sigue diciendo la chica—, ¿os parece bien?

—Sí, de acuerdo —acepta Sawyer—. Cuanto antes nos lo quitemos de encima, mejor.

—Perfecto. —Nadine da una palmada de puro entusiasmo, ignorando el tono hastiado que ha usado él—. Salimos en... ¿Media hora?

Sawyer asiente y Bianca y ella desaparecen para ir a arreglarse, dejándonos a solas.

Él cierra la puerta de la habitación en cuanto las chicas se van y se sienta en el borde de la cama con un resoplido, al tiempo que se quita las gafas de sol.

Yo, que me he quedado junto a la puerta, pongo los brazos en jarras.

—Podrías haberme avisado de todo esto —le ladro.

—No me gusta hablar de ello.

Se me escapa una risita sardónica.

—¿Y de mí sí que te gusta hablar? —contraataco—. Porque parece que ellas lo saben todo de mí.

Y yo no sé nada de ellas.

—No les he contado nada íntimo ni personal —bufa—, solo que estamos saliendo, que me haces muy feliz y todo ese rollo. Lo mismo con mi padre.

—Ya. Pero tendríamos que haber decidido juntos las mentiras que ibas a decirles —insisto—. Así ahora sabría cómo tengo comportarme y... En fin, que podríamos haber hablado de todo esto durante el viaje, pero no, claro, el señorito ha preferido pasarse siete horas calladito como una tumba.

Él gruñe.

—Ya te lo he dicho: sígueles el rollo y punto.

Ja. Como si fuera tan fácil. A estas alturas ya debería saber que se me da fatal improvisar.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now