Capítulo 18

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La fiesta de Halloween de Tucker Kessler está siendo una mierda, puede que porque este año, en lugar de celebrarla en su casa, lo está haciendo aquí, en el piso de ese tal Zack.

Sea como sea, esto es un asco. Suena metal rancio a todo volumen y las tres cervezas que me he bebido hace un rato, en un espacio de menos de diez minutos, no sé de qué marca cutre serían, pero sabían a rayos.

Además, Tucker apenas ha intercambiado un par de palabras conmigo cuando me ha visto (y una de ellas ha sido «hola»), largándose enseguida para ir a reunirse con el dueño del apartamento y sus otros colegas.

Dylan, por su parte, no ha tardado en abandonarnos a Lana y a mí en cuanto ha visto a una chica que le ha llamado la atención. Así que aquí estamos mi mejor amiga y yo, bebiendo un poco más en una esquina de la sala de estar. Ella está parloteando a mi lado sobre su examen de ayer por la tarde (creo), pero no me entero de nada de lo que me está diciendo.

He ido antes a su piso para prepararme con ella y, mientras yo me maquillaba y ella elegía lo que iba a ponerse, le he contado la movida de mi abuela.

Lana cree que la idea de mudarse con su novio a Maine pronto se le irá de la cabeza. Afirma que la relación de mi abuela con ese hombre no puede ser tan sólida como para irse a vivir juntos si nunca me ha hablado de él. Pero es que ella no conoce a Gloria Dabney como la conozco yo. Y tampoco ha escuchado el modo en que me ha hablado de sus planes, sin ningún atisbo de duda en su voz.

Sé que mi abuela lo tiene clarísimo. Está más que decidida a empezar una nueva vida con ese tipo. Una vida en la que yo no tengo cabida.

Va a marcharse de un momento a otro.

Hago oídos sordos a la advertencia que me lanza Lana cuando le informo de que voy a ir a la cocina a por otra cerveza. Ella ha bebido tanta o más que yo, aunque toda sin alcohol, porque luego tiene que llevarnos a casa a Dylan y a mí. Aunque a saber si el chico vuelve con nosotras.

Estoy sacando mi tercer (¿o cuarto?) botellín del frigorífico cuando alguien me da un par de toquecitos en el hombro.

Gruño, segura de que es Lana, que viene a impedirme que siga mermando las reservas de alcohol de Zack, pero no es su voz la que escucho detrás de mí.

—Megan.

Cierro la puerta de la nevera, me giro despacio y me encuentro a Sawyer plantado ante mí.

—¿Qué haces aquí? —inquiero a gritos, luchando por hacerme oír por encima del tema machacón de Black Sabbath que a alguien se le ha ocurrido poner.

—Lana me dijo que me pasara —me grita él de vuelta.

Si tuviera mis cinco sentidos operativos seguramente procesaría con más cuidado esa información y me preguntaría en qué momento mi amiga y él han mantenido una conversación, pero no, mis cinco sentidos distan mucho de estar operativos ahora mismo.

Aunque la vista no me falla. Lo examino de arriba abajo, recreándome tanto en el proceso que cuando termino ya se me ha olvidado lo que me ha dicho y lo que tenía que responderle yo.

—Joder, Sawyer —mascullo, tras darle un buen trago a mi cerveza—. ¿Por qué eres tan guapo? ¿Tú te miras al espejo?

Ha cambiado sus pitillos de colores absurdos por unos sencillos pantalones negros y se ha puesto una chupa de cuero sobre la camisa, desabotonada hasta el esternón. Supongo que pretendía encajar mejor en el ambiente de la fiesta, pero no ha conseguido integrarse ni un poquito. Aquí todos los tíos van con ropa tres veces más grande de la que debería ser su talla, vaqueros destrozados arrastrando por el suelo, camisetas de bandas de manga corta que dejan a la vista todos sus tatuajes y el pelo alborotado. Él lleva el cabello peinado hacia atrás con gomina y... Odio que lo lleve así. Prefiero mil veces ver caer los largos mechones rubios sobre su frente.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora