Capítulo 30

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El profesor Heinrich leyó los correos de Nate sin siquiera pestañear. Se los reenvió todos a sí mismo y solo me habló cuando hubo terminado, para decirme, más serio de lo que lo he visto nunca, que él se encargará de todo y que, si tengo algo más que sirva para demostrar los malos tratos de mi ex, no dude en comunicárselo.

Menos mal que no me exigió que le diese detalles de ningún tipo. Aunque supongo que, cuando el rector y el resto de las autoridades de la UMich tengan decidir si expulsan a Young o no, sí que tendré que profundizar en el asunto.

—No va a salir de la ciudad sin que le meta una buena hostia —sisea Dylan cuando termino de contarles a Lana y a él cómo me ha ido con el profesor.

Nos vamos para el aeropuerto en menos de diez minutos y, con tanto hablar, todavía no he terminado de hacer la maleta.

—De eso nada —le suelto—. No merece la pena.

—Ya lo creo que sí —resopla él—. Yo me voy a quedar muy a gusto.

Dejo escapar un suspiro, exasperada.

—Dile que no haga el tonto, Lana.

La aludida está sentada en el borde de mi cama y aprieta los labios con fuerza, negándose a pronunciarse.

Están los dos en un plan de lo más raro desde hace un par de días. Ambos hablan conmigo con total normalidad, pero, al parecer, no se dirigen la palabra entre ellos.

Hace un rato, antes de que viniera el chico, le he preguntado a Lana qué es lo que les ha pasado, pero todo lo que me ha dicho ha sido que se han peleado. Como si yo no hubiera llegado ya a esa conclusión solita.

—Espero que para cuando vuelva hayáis hecho las paces —murmuro, más para mí misma que para ellos, aunque, por la mueca de desagrado que adorna los labios de Lana, ella ha debido de llegar a escucharme.

—Bah, tú por lo único que tienes que preocuparte es por pasártelo bien en Colorado —replica—. Y para eso tienes que ir preparada.

Se levanta de la cama de un salto y va hasta mi armario para ponerse a rebuscar entre mis cosas sin ningún reparo. Tras unos segundos, da con una caja que nos enseña a Dylan y a mí con aire triunfante.

Dylan se esfuerza por no reírse, imagino que intentando ser fiel a su política de nula interacción con ella, pero al final no puede evitar que se le escape una pequeña carcajada.

—Tú flipas —le ladro a Lana cuando se atreve a meter el paquete de condones en mi maleta. La saco a toda velocidad, tirándola sobre el colchón.

Mi mejor amiga, cabezota como ella sola, vuelve a colocarla sobre el montón de ropa mal doblada que pienso llevarme a Dexterville.

—Venga, Meg, solo por si acaso —insiste, haciéndose la inocente—. Es mejor llevarlos y no tener que usarlos que tener que usarlos y no llevarlos, ¿no crees? Ya me lo agradeceréis Winston y tú.

Le respondo con un gruñido, aunque termino cerrando la maleta con la caja de preservativos dentro. Pero que conste que si lo hago es solo para evitar una discusión con ella. Solo por eso. Por ningún otro motivo.

Dylan, por su parte, masculla algo que no alcanzo a comprender y luego se ofrece a bajar la dichosa maleta al coche mientras me despido de mi abuela y de Clive, aunque sospecho que, más que hacer alarde de su amabilidad, lo que busca es alejarse de Lana.

—Ten cuidado, corazón —me susurra mi abuela después de un abrazo y un par de besos—. Y dales recuerdos de mi parte al señor Winston y a su hija, ¿vale?

Ah, por favor. Me apuesto lo que sea a que los Winston nos borraron a mi abuela y a mí de su memoria hace mucho, mucho tiempo. Pese a ello, en lugar de poner los ojos en blanco ante la ingenuidad de la mujer, asiento con vehemencia, obediente.

Tras otro abrazo por parte de Clive, Lana y yo bajamos a la calle y nos reunimos con Dylan en el Renault de la chica.

El trayecto hasta Detroit es silencioso, tenso e incómodo, por lo que, cuando llegamos, casi una hora después, agradezco enormemente el hecho de poder bajar del vehículo y abandonar ese ambiente tan raro que se ha creado entre los tres, todo por culpa de lo que sea que haya hecho que Lana y Dylan se enfaden.

Apenas me ha dado tiempo a poner un pie en el asfalto del aparcamiento cuando veo un Tesla blanco pasar por delante de nosotros y, aunque Sawyer y yo en realidad habíamos quedado en vernos en la puerta del edificio, mi novio falso acude a nuestro encuentro un par de minutos después. Y no viene solo, sino que Harrison le sigue de cerca.

Sawyer viste de un modo muy parecido a como lo hizo cuando le acompañé a aquel entrenamiento de natación: sudadera de la uni, pantalones de deporte y deportivas carísimas. El único equipaje que lleva es una bolsa tipo bandolera que no tiene nada que ver con mi maleta, que abulta más que yo y que, de no ser por Dylan, ni siquiera habría podido bajar por las escaleras del piso o sacarla del maletero del coche.

Se sube las Ray-Ban a lo alto de la cabeza antes de dedicarme una sonrisa diminuta.

—¿No tenías una maleta más pequeña? —inquiere.

Si nuestros únicos acompañantes fueran Lana y Dylan, le habría hecho una peineta sin dudarlo, pero, al estar Riker aquí, no tengo más remedio que devolverle la sonrisa y reprimir la mirada furibunda con la que estoy deseando fulminarlo.

—Tenía. Pero prefiero las cosas grandes —contesto, sin que mi sonrisita flaquee y sin molestarme en intentar ocultar el doble sentido implícito en mis palabras—. Es una de las razones por las que salgo contigo, ¿sabes?

Lana y Dylan se ríen. Harrison me mira con los ojos como platos y él... Él se sonroja, como siempre.

—Anda, vamos —le suelto, conteniendo una risita y acercándome para enganchar mi brazo en el suyo—. Cuanto antes subamos a ese puto avión, antes bajaremos —añado, en un susurro, para que solo él pueda escucharme.

Harrison viene detrás nosotros cuando echamos a andar rumbo a la entrada del aeropuerto, mientras que mis amigos se quedan junto al Renault, diciéndome adiós con la mano.

—¡Divertíos mucho, chicos! —nos chilla Harriet, una vez que ya nos hemos alejado un poco.

Ahora sí, sin darme la vuelta, le enseño el dedo corazón y escucho a Dylan reírse otra vez.

Ya en el aeropuerto, después de haber hecho todo el rollo del equipaje y cuando ya estamos haciendo fila para embarcar, nos toca despedirnos de Riker.

Sawyer y él se abrazan con fuerza y el chico le asegura a su mejor amigo que se ocupará de Mayonesa mientras esté fuera.

Hasta ahí todo normal, supongo. Pero, cuando se separan, Harrison hace algo que me pilla completamente desprevenida: se abalanza sobre mí sin avisar para estrecharme en un abrazo muy parecido al que le acaba de dar a Sawyer. Me quedo rígida mientras sus brazos me rodean y solo atino a darle una palmadita amistosa en la espalda como respuesta a su repentina muestra de afecto.

No es, ni de lejos, tan alto como Sawyer, así que apenas tiene que inclinarse un poco para poder hablarme al oído, tan bajito que por un momento creo estar imaginándomelo.

—Cuídale mucho —murmura—. Ya sabes lo duro que es todo esto para él.

Se separa de mí antes de que pueda contestarle y lo único que puedo hacer es mirarle con extrañeza mientras le da un puñetazo cariñoso en el hombro a Sawyer antes de irse, preguntándome qué coño ha querido decir con eso.

Nada de enamorarseOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz