Capítulo 50

9.1K 366 264
                                    

—¿Y bien? ¿Qué tal el polvo de reconciliación?

Mi mirada vuela desde mi reflejo en el espejo hasta mi móvil, apoyado contra el lavabo. Es un milisegundo de distracción, pero basta para que se me vaya la mano y se me estropee el eyeliner. 

—Lana, joder, que estás en manos libres —le gruño al teléfono, soltando el lápiz de ojos para bajar el volumen de la llamada.

Sawyer está abajo, ayudando en la cocina como el puto pelota que es, pero nada me garantiza que no vaya a aparecer de la nada en el baño de invitados que nos han asignado y pueda escuchar alguna de las tonterías que la idiota que se hace llamar mi mejor amiga está diciendo.

—Oye, que esta vez no te he pedido detalles —resopla ella, al otro lado de la línea—. Solo te he preguntado qué tal.

Niego con la cabeza.

—Por enésima vez, Lana: estamos tomándonoslo con calma —le recuerdo, armándome de paciencia—. No ha habido ningún polvo de reconciliación.

Ni ningún beso de reconciliación. Por no haber, no ha habido ni un mísero abrazo.

—Meg, tía, se ha ido a Maine contigo para pasar la Navidad con la familia Frankenstein. Eso no es tomárselo con calma —replica—. Dylan opina igual que yo —añade, tras una breve pausa durante la que me parece oír la voz del chico de fondo.

—Lo que opino es que, por muy bien que me caiga, como vuelva a jugártela lo voy a dejar sin dientes —masculla él.

Suelto un suspiro cargado de exasperación. No tienen ni idea.

Aunque, para ser justos, yo tampoco tengo ni idea de qué es lo que estoy haciendo con Sawyer.

Hace poco más de una semana, la noche de la canción en el bar, me lancé a darle una segunda oportunidad. Al fin y al cabo, si con el gilipollas de Nate lo intenté mil y una veces, ¿cómo no voy a pelear un poquito más por hacer que lo mío con Sawyer cuaje? Pero... No está resultando ser cómo esperaba. Le propuse empezar de cero, comportarnos como una pareja que acaba de empezar a salir y... Creo que no está funcionando. Las cosas no fluyen entre nosotros como antes.

Ha dejado de ir a recogerme todas las mañanas a casa para llevarme a clase y, aunque almorzamos juntos casi cada día en la cafetería del campus, apenas nos vemos fuera de la uni. Lo que sí hacemos es hablar un montón por WhatsApp. Tanto, que a veces tenemos que llamarnos por teléfono porque nuestros audios empiezan a alargarse hasta llegar a los diez minutos y nos vemos incapaces de esperar a que el otro conteste. Pero, para mí, no es suficiente.

Y no sé cómo decírselo. No sé cómo plantearle que me muero por volver a lo de antes, a nuestros piques, a nuestras bromas, a fumar en su coche, a ir de la mano... A besarnos. Joder, me muero por besarle. Mataría por un abrazo suyo. Mataría por echar ese polvo por el que me ha preguntado Lana y que estoy segura de que sería de todo menos el sexo desenfrenado que ella se ha imaginado. Pero fui yo la que insistió en ir despacio. De hecho, fue una de las condiciones que le puse para que siguiéramos adelante con la relación, junto con que él me acompañara en este viaje a casa de mi abuela y su novio por Navidad. Si ahora voy y le suelto que he cambiado de opinión, que no soporto esta distancia que yo misma nos he impuesto... Voy a parecer una niñata caprichosa que no sabe lo que quiere.

No puedo ser tan impaciente. No cuando él ha acecido a venir conmigo aquí, privándose de pasar las fiestas con su familia como debería estar haciendo. Debería estar en California, con su madre. O en Dexterville, con su hermana y Bianca. Pero ahora mismo se encuentra preparando la cena con mi abuela y Clive mientras yo me arreglo, encerrada en el servicio que comunica con la habitación en la que vamos a dormir esta noche y en la que, por suerte o por desgracia, hay dos camas individuales.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now