Capítulo 15

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—¿Volvemos a quedar la semana que viene? —propone Tucker en un susurro, mientras guarda sus cosas en su mochila. Acto seguido, se levanta sin arrastrar la silla y comienza a ponerse la chaqueta—. ¿Mismo día, lugar y hora?

—Me parece bien.

Aunque le hemos dado un buen empujón al trabajo, gracias a que el chico no ha resultado ser el típico que espera que su compañero (en este caso yo) lo haga todo por él, todavía nos quedan un par de reuniones en la biblioteca para poder terminar con el proyecto de investigación y que este quede al gusto del profesor Heinrich.

De hecho, estoy casi convencida de que vamos a sacar un flamante sobresaliente, porque Kessler tiene unas ideas buenísimas y una labia apabullante. Hace un rato se ha puesto a parlotear sobre el estructuralismo y ha conseguido que suene mucho más interesante que cuando lo explica el propio profesor Heinrich.

—Ah, casi se me olvida —dice de pronto, fijando sus ojos claros rodeados de sombra negra en los míos—. Este año monto la fiesta de Halloween en el piso de Zack, por si quieres pasarte. Puedes traer a tus amigos y a tu novio.

Dudo mucho de que a «mi novio» le apetezca lo más mínimo mezclarse con los colegas de Tucker, pero Lana y Dylan (sobre todo Dylan) no le van a hacer ascos al plan, así que afirmo con la cabeza.

—Allí estaremos —le sonrío.

Él me devuelve el gesto antes de despedirse y marcharse.

Ya con la mesa para mí sola, abro Twitter en el ordenador e intento distraerme leyendo algunos hilos, aunque soy incapaz de dejar de pensar en los ojazos verdes de Tucker y en todas las veces que nuestras miradas se han cruzado en las últimas dos horas, mientras trabajábamos juntos.

Estoy tan en mi mundo que me cuesta reaccionar cuando veo a Lana acercarse para sentarse en la silla a mi lado que el chico acaba de dejar libre.

—¿Cuándo pensabas contarme esto? —exige saber, alzando la voz un poco más de lo permitido y poniéndome su teléfono delante de las narices.

En la pantalla hay una foto de mí ayer en el aparcamiento del campus, sonriéndole como una boba al ramo de margaritas que me regaló Sawyer.

Vi esta misma foto anoche, cuando me llegó la notificación de que Winston me había etiquetado en la publicación en su cuenta de Instagram. El muy cabrón me la hizo sin que me diera cuenta.

Me encojo de hombros.

—Forma parte de nuestro teatrillo.

—¿Pero tú has visto la descripción que ha puesto? —insiste mi mejor amiga.

Claro que la he visto: un emoji de una florecita blanca y otro de un corazón.

—¿Qué pasa con ella?

—Tía, Meg, no te hagas la tonta —resopla Lana, indignada. A este paso la bibliotecaria va a llamarnos la atención en cualquier momento por ser tan escandalosas—. ¿No te parece súper tierno? A ver, ya sé que pensamos que el tío es un gilipollas, pero te ha regalado un ramo gigante de tus flores favoritas y ha subido a su Insta una foto en la que estás monísima utilizando emoticonos empalagosos, o sea... ¿Y si le gustas de verdad?

Se me escapa la risa.

—Deja de flipar, anda. Es todo mentira, Sawyer sigue siendo un capullo.

—Un capullo que está muy bueno.

Le pego un codazo, sorprendida y horrorizada a partes iguales por su comentario.

—No está tan bueno —repongo—. Lo que pasa es que tú estás más salida que el pico de una mesa.

Nada de enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora