Capítulo 4

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Le entrego el examen sobre razonamiento crítico al profesor Heinrich con una sonrisa, a lo que él me responde frunciendo el ceño y dejando el papel con más ímpetu de lo necesario sobre su mesa. Es incapaz de ocultar la rabia que le da que haya terminado el control tan rápido y sin haberme dejado ni una sola pregunta sin contestar a pesar de que mi atención en clase siempre esté en números rojos. Lo que no sabe es que anoche me quedé hasta las tres de la madrugada estudiando.

Sé que intentar meterse en la cabeza todo el temario justo el día de antes no es lo más sano, pero en el instituto solía seguir el mismo modus operandi y logré graduarme con una media excelente. En la uni, haciendo lo mismo, mis notas no son espectaculares, pero casi siempre apruebo de sobra.

Eso es lo que les digo a Lana y a Dylan, encogiéndome de hombros, cuando me reúno con ellos en el aparcamiento del campus. Como de costumbre, Lana va a llevarnos a casa a Dylan y a mí, aunque, como nos tiene terminantemente prohibido que fumemos dentro de su coche, estamos terminándonos nuestros cigarrillos de pie al junto a su Renault.

—He oído que Leslie Millman da una fiesta este fin de semana —comenta Lana cuando agotamos el tema de mis cuestionables métodos de estudio, expulsando las palabras junto al humo de su cigarro.

—Podríamos ir, por una vez —propone Dylan, rascándose la ceja izquierda, en la que lleva dos piercings.

Yo ya estoy negando con la cabeza.

—Paso —resoplo—. Este finde doblo turno.

Aunque tanto ellos como yo sabemos que no me apuntaría al plan ni teniendo los dos días libres en el trabajo.

No tiene nada que ver con Leslie, a quien, aunque no conozco mucho, tengo en buena estima. El problema son las fiestas y las salidas en general. Desde lo de Nate, no tengo ganas de ir a ningún sitio.

—Tía, Meg, algún día tendrás que volver a salir, ¿no? —me replica Lana—. Tu vida no puede resumirse en estudiar y currar. Tienes que divertirte un poco.

Niego con la cabeza, dándole la última calada a mi cigarrillo.

—Me divierto mucho yéndome a dormir temprano, gracias.

La Meg de diecisiete años me llamaría de todo menos guapa si me oyera ahora. Con esa edad salía de fiesta de jueves a domingo y muchas veces iba de empalme al insti, lidiando con unas resacas tremendas.

—Bueno, como quieras —suspira la chica—. Solo tendré que hacer de niñera de Dylan, entonces.

El aludido suelta un gruñido.

—No te hagas la buena, que la última vez que salimos fuiste tú la que más pedo se puso —le suelta—. Y solo con beberte un par de cervezas.

Me rio, aunque lo cierto es que yo también me emborracho con dos o tres botellines de nada. Eso es algo en lo que sí que no he cambiado. Lana me fulmina con la mirada.

—Para una vez que bebo —intenta defenderse, indignada.

—Ay, no te enfades, tonta. —Le doy un apretón cariñoso en el hombro.

Ella es la que siempre se mantiene sobria para cuidar de Dylan y de mí y para asegurarse de estar en sus cinco sentidos cuando nos tiene que llevar de vuelta a casa en coche.

—Eso, no seas enfadica —se burla Dylan—. Además, tengo pensado invitar a Scarlet, así que, con un poco de suerte, ni me verás el pelo. Iremos cada uno por nuestro lado.

—¿Qué Scarlet? —inquiere ella.

—La pelirroja a la que he saludado hace un momento.

Imagino que eso ha pasado antes de que yo llegara.

Nada de enamorarseWhere stories live. Discover now